viernes, enero 21, 2005

Paula

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En Santo Domingo cada día se deforman historias que mueren antes de regresar a su forma original. Entre las mismas cervezas de las tardes grises, todos lanzan sus anécdotas preferidas como dardos que buscan la posteridad. Así llegó a mis manos el cuento de Paula y su foto con las piernas abiertas. Su cabello negro de Porto Alegre sobre una mirada de perro azul que goza el debate entre ángeles endiablados que no dejan de ser ángeles. Siempre sutil y con gracia, con movimientos suaves, con sonrisas profesionales.

Por las mañanas, repartía un minuto de simpatía a todos los vecinos, pero pronto volvía a su casa, porque en la calle no pasaba casi nada. Entonces, la foto en la pantalla funcionaba como un ambiente prohibido de placer y su sonrisa que se confundía entre modestia y mentira, y las paredes blancas y los altos techos.

Incapaz de desperdiciar el sueño de su madre y su padrastro en la madrugada, Paulita daba cátedras de amor en todos los idiomas, sobre el cuero de un sofá. A veces sola, a veces con invitados especiales.

Una vez, llovía sobre las casas, pero nuestra nena sentía miedo de los truenos y su novio brasilero lo sabía muy bien. Los ronquidos del padrastro daban el campanazo inicial a una intensa guerra con su mejor amante, frente a la puerta de vidrio que daba al patio, convertida en una pantalla de cine erótico, por culpa de la lluvia, quizás.

Desgarran la ropa interior y tiran las trizas al suelo, suena un tango con pisadas de gato, ella le mete las manos en la boca untadas de chocolate al gigantesco hombre que responde con embadurnar los senos de Paula de mermelada. Y así, siguen discutiendo entre risas, agrediéndose con distintas golosinas, ella arroja una botella de vino debajo de su ombligo y lame la cabeza pelada del hombre, que ya ha acomodado a Paulita sobre él.

Como siempre, aguantaba los gemidos, pero esta fue la primera vez que un violento estallido de un vidrio se robaba la atención de los protagonistas. También fue la primera vez que la chica se planteó la posibilidad de que su madre podía bajar a buscar agua en plena madrugada.

El rostro blanco de la madre trató (con torpeza) de armar varias preguntas al mismo tiempo, y sólo alcanzó a decir “Fernando” con muchos signos de admiración. Los cuerpos desnudos hicieron que Fernando, el padrastro de Paula, siguiera obligándose a pensar que Paulinha era su hijastra y no carne fresca (más vale tarde que nunca) y la madre construyó un escándalo, qué vergüenza, qué dirán los vecinos, ese hombre calvo, tan grande y con ese cuerpo tan plebe (con cierta admiración), pero Paulita quería calmar todo, mamá, espérate y ya tú sabes lo que pasó.

El tipo estaba muy nervioso. Irónicamente, trató de disimular recogiendo los vidrios rotos.

2 comentarios:

Lizzie González dijo...

jajajaja siiii que pike, por que bajó esa vieja??!!!!

Lauronga dijo...

A nivel! ¿A que bajó? Sigue el cuento ... jajajaa e incluye a la madre =P