miércoles, febrero 16, 2005

Retrovisor

Si los palos de luz en medio de la carretera no hubieran iluminado debajo de sus parpados, pudiera decir que no veía.

Alejé mis párpados del fondo, buscando alguna forma de abrir la entrada del tamaño de su oído y rompí mis retinas. Hice flechas.

El arco de angustia no soportaba presión de la cuerda de mis pestañas. Atornillé unos cuantos besos en un brazo inerte y fueron batidos como excusas para subir el costo del recuerdo.

No pude ver los palos de luz en medio de toda la carretera, porque parte de mis ojos habían clavado su mirada. Era una bestia...

No podía verla, sin embargo, el iris parecía una brújula magnética que mareaba mi sien. Me paré sin saber y disparé con mis venas hasta que empecé a perder peso, por lo que decidí atacar con mi garganta. La bestia, aparentemente golpeada, atacaba olvidándome.

No sé qué pasó, pero desperté y había desaparecido. Mis huellas digitales se habían borrado, sólo tenía sudor entre los dedos y en la palma de mis manos.

No se qué debo hacer para comerme su barba y mezclar mi saliva con su aliento. Unir su pelo y espalda, caminar arrodillado en sus muslos.

Pude ver desde sus manos y cuello, la luna. Y tal recuerdo nos deja sentados admirándonos y acariciando nuestras dudas ajenas a la batalla. Viceversa visual. Ya sé por qué elegí unir los puntos de la magia y los rayos de luz.

Todavía veo sus cejas pegadas al retrovisor, como aquella noche en que lo palos de luz alumbraban debajo de sus párpados, en medio de la carretera.




*Del libro "Diez", hace mucho tiempo.

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