miércoles, marzo 09, 2005

Enc/tierro 2da. parte

Ignorantes del minuto que sigue, nos parqueamos al frente como si fuéramos extraños y desde allí percibimos la fuerza de los trajes negros de una especie de guardaespaldas entre la multitud, con audífonos disfrazados de piel y actitud enfocada, como los rotwaillers. Parecía un entierro.

Todos empujaban hacia el centro, tratando de ver algo en el piso. Curiosamente, no había nadie de la empresa ahí afuera, excepto Doña Flor, que se despeinaba a ritmo de sus fuertes pisadas en el suelo, con lágrimas usando a las pestañas como trampolines. Estaba como loca, y sólo atinaba a preguntar “¿por qué?” entre constantes descargas de llanto, ira y cierta dosis de humor involuntario. Aquello parecía una noticia de último minuto.

Según las formas de llorar, se puede determinar la causa. Y Doña Flor no proyectaba exactamente tristeza, más bien un estado de shock, porque al parecer estuvo justo en el momento de los hechos.

Llega la prensa y empiezan a salir los personajes habituales, brotando entre la multitud, como la espuma del chocolate.

Alberto tenía los ojos demasiado abiertos como para hablar, y el temblor de su mano derecha fue lo suficientemente elocuente como para titubear con certeza; pero sin darnos cuenta nos acercamos un poco más, obligados por una especie de ética y solidaridad. Pudimos huir como quien tiene un minotauro a sus espaldas y enviar una postal desde el extranjero, pero como a Camus le gustaría saber con exactitud de qué se trata este cuadro, nos abrimos más espacio, es decir, alrededor de un centímetro, entre la apretada gente.

El calor me fue mareando un poco, pero alcancé a distinguir un saco negro. A cierta distancia, escucho que Isaac vocea “¡es un cadáver!”, pero al mirarlo a los ojos, me doy cuenta de que está especulando.

Judith, una joven extraña que constantemente habla de sus más de seis pies de novio, resbala en un pequeño charco de lágrimas mientras cuenta la historia y cae sumergida en la tristeza. Su ropa interior ha suplantado el rating del misterioso objeto del saco, las mujeres sonríen con malicia y los hombres miran boquiabiertos.

Aprovecho para adelantar unos pasos y el saco se mueve, reclamando la anterior atención. La gente reacciona y se apresura a recuperar la postura. Decidido, saco la cabeza a la primera fila y me encuentro con Isaac tapándole el sol al saco, mientras dice con el tono más policiaco de los años ochenta: “es él, sin lugar a dudas”. Pero antes de que dirija mi vista al objeto, noto que una gota de sudor de Germania, la administradora, se desliza por su nariz y salta sin paracaídas hacia el único hueco descubierto del saco y del que no alcanza a distinguirse su interior desde mi posición.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo extraño es que yo no estoy cerca del acto... pero se que la del saco no soy yo.
A partir de ese cuento, supe que eras loco.
Magic

Lizzie González dijo...

pero como me dejas sin saber que hay en el saco!!!!!!!!! esta historia me puso en na espectativa tan grande que quería correr entre la gente a ver el saco y justo cuando lo tengo en frente me cierras el ziper en la cara.....barbaro! muy bueno.