martes, abril 19, 2005

Alfredo

Papá había dicho que era mejor criar al pollo antes de comerlo. “Así controlamos el relleno”, dijo besando su tabaco. En medio de la cuenta regresiva, había que ponerle un nombre y antes de que le crecieran las alitas, se llamaba Alfredo.

Lo dejábamos en el cuarto donde tirábamos todo lo que no se usaba. Pedazos de madera, sillas rotas, periódicos viejos, revistas y un pato de juguete que los niños rechazaron criticando abiertamente su estética.

A los pocos días, Alfredo esaba encantado con el patito, que se mecía con cualquier roce y de vez en cuando dejaba caer un expresivo “cuac” sobre los ojos maravillados del pollo. A la semana, compartía su comida con el “made in Korea”, dormía a su lado para esconderse del frío y jugaban a la lucha libre hasta el cansancio.

Alfredito se había convertido en Alfredo con un pecho que prometía “cordon blue” y en el que no cabía tanta fascinación. Había encontrado su media naranja.

Evitamos tener mucho contacto con ellos, para no mezclar los sentimientos con la comida y el día del cumpleaños de mamá, mi padre comentó que Alfredo ya no buscaba nada vivo.

El pollo había visto fotos sospechosas en una revista vieja de cocina y de vez en cuando se asustaba cuando los humanos irrumpían en la habitación con cualquier arma blanca. Se lo comentaba al pato, pero este nunca opinaba. Por eso, cuando papá entró con un delantal puesto y guantes sucios, Alfredo se dio cuenta de que debió preparar un plan de escape, pero ya era demasiado tarde.

Cuando lo mataron, Alfredo había muerto por dentro, viendo la indiferencia de su novio mientras lo agarraban por el cuello. Alfredo empezaba a correr, pero papá tomaba al pato que miraba al pollo sonriente, entonces Alfredito salía en defensa de su amor y en medio de dos swings lo agarraron y no llegó a pegar otro picotazo más. El pato le había hecho una perrería.

Entonces el mundo se le iba y él deseaba morir para evitar la secuela de una traición tan premetidada.

La habitación olía a plumas de pollo. Al pato lo tiraron al zafacón, por los salpicones de sangre. Y nunca paró de reir. Ahora quiero mandarme a hacer una sonrisa a Korea.

1 comentario:

Gabriela Mejía dijo...

Buena idea esa de mandar a hacer una sonrisa en Korea. Una sonrisa y otras cosas mas.