viernes, marzo 07, 2014

Tía Piky


Cuando era niño, nunca me llamó la atención Superman. Quizás porque siempre estuve rodeado de súper mujeres, o porque la visión de rayos X nunca fue tan poderosa como una carcajada de tía Piky que rebotaba en las paredes del patio y llegaba hasta el jardín del frente, en la Osvaldo Bazil, número cuatro. La recuerdo con las piernas cruzadas, un impecable peinado, traguito en mano, y mirando con picardía a tío Junio, por algún chiste entre ellos. Me asombraba cómo esa mujer que había pasado tanta historia, dolor, lucha, valentía, victorias y pérdidas, seguía siendo tallada por el tiempo con cada vez más belleza y alegría, sin perder un carácter impresionante.

Y fuimos creciendo con cada vez más historias increíbles, de guerrilla, de familia, de vecindario. Desde ser quien siempre agarraba ladrones en su calle, hasta intensas batallas contra militares asesinos, contra distintos tipos de crueles dictadores. Desde conversaciones inolvidables con Minerva, hasta bordar un pequeño mantel, o deshacerse con gracia de los testigos de Jehová o de algún famoso cantautor cubano al que hizo conocer el peso de sus manos.

Cuando se quitaba las gafas, se veían sus ojos de árbol con mil otoños y primaveras. Ojos que no miraban hacia atrás para llorar, que no perdían el tiempo, que seguían hacia adelante, como los discos de Lockward que empezaban una y otra vez, cada vez más afinados. 

Todo el mundo me hablaba sobre mi propia tía, me contaban mil historias que detonaban mi imaginación, como si fuera ficción, como si fueran cosas imposibles, como si fueran bellas mentiras. Sin embargo, ella nunca me habló de sí misma. Yo sólo la veía reír.

Entonces cerraba los ojos, y la imaginaba haciéndose los rolos con una mano y sosteniendo un fusil con la otra, para sentarse a hablar con sus amigos sin descuidar la posición de alerta. La soñé amaneciendo escondida debajo de la cama de un militar que la buscaba por toda la montaña, y no sabía que dormía sobre el peligro de perder la vida. O dejando que su compasión destruyera moralmente a un criminal; o con sangre en las orejas, trepada a un tanque de guerra. 

Pero también la imaginé haciéndose cada vez más fuerte en una celda, cancelando lágrimas para no regalar un centímetro de dolor a quien no lo merecía. Tejiendo ropa para sus compañeras, recogiendo sus libros mojados a presión por la ignorancia.

Recuerdo que siempre vencí al miedo, porque periódicamente recordaba que tenía como tía a la mujer más poderosa del universo. 

Tanto así, que la última vez que la vi, hace rato que había leído mis pensamientos con su visión de árbol. Respondió preguntas que no llegué a hacerle, venció a la naturaleza, para escribirme palabras que se quedarán tatuadas en mi alma para siempre. Pidió a la muerte que la dejara maquillarse, porque una mujer como ella no podía llegar "así" a ningún lado. Luego, salió volando, hacia la eternidad.


1 comentario:

rayito de sol 72 dijo...

Waooooooooo, Janio, simplemente hermoso...