miércoles, agosto 07, 2024

 




En el colegio, todos habían ido a Disney, menos yo. Vivía en el INVI de la Sánchez, que era un barrio muy particular. Mis compañeros veían MTV, cuando para mí lo más grande era el Show del Mediodía. Tener “cable” era un privilegio con el que ni soñaba. No sabía que existía Plaza Naco, ni un género musical que no fuera el merengue. No tenía idea de qué era una “kermés”.


Un día, Víctor Fabian, que era quien dominaba las tendencias musicales en el curso, me dijo emocionado: “¿supiste? ¡Va a tocar Toque Profundo en la kermés!”. Con él tenía la confianza necesaria para revelar que no tenía ni puta idea sobre qué significaba eso, y él, generoso conmigo como siempre, hasta me cantó una parte de la canción “Amigo”. 


Fui con curiosidad a ver a un grupo de muchachos con pelo largo, dreads, como “enojados”, cantando canciones que se trataban de lo que yo estaba viviendo como adolescente, cosa que nunca había sentido con los artistas que me habían acompañado hasta el momento.


Fueron pasando los años, y Toque Profundo comenzó a crecer, con nosotros pendientes de cada nueva canción, cada nuevo álbum. Entonces comenzamos a cambiar la discusión sobre quién era mejor pelotero, por cuál era el mejor disco o la mejor canción o el mejor concierto de Toque Profundo.


Los veíamos “enormes” de estatura, intimidantes, y eso nos encantaba: no queríamos que fueran “normales”. Tony Almont desarrolló una oratoria, un discurso que nos representaba y generaba admiración en todas las edades. Recuerdo que mi papá, alérgico a la batería y la distorsión, decía: “Tony Almont es un tipo brillante”. Para mí y mis amigos, esa frase significó mucho.


Como esta vaina de las redes tiene límite de palabras, me veo obligado a resumir: pasó el tiempo y terminé haciendo música. Decidí “hacer rock”, y cuando logré sacar adelante el proyecto de mi primer disco, me atreví a invitar a nuestro ídolo, a quien representaba a la banda que nos inspiró a través de la creatividad.


Conseguí su e-mail y le escribí, absolutamente seguro de que no iba a responder, preparándome para comprenderlo. Sin embargo, respondió. Dijo que sí de una forma inolvidable, que nos emocionó a todos.


Ya en el estudio, le tiré una pregunta que en menos de un segundo devolvió con un gran sentido del humor e ingenio, y la dejamos en la canción (“Cámara”). Desde ese día, decidí que siempre iba a aceptar toda invitación, sobre todo de aquellos que realmente me necesitaran, con ego y humildad. A partir de ahí, establecimos una amistad que cada día es más fuerte. Con el tiempo, los fui conociendo a todos, hasta descubrir que son la misma vaina: un grupo de tígueres absolutamente buenos, talentosos, disciplinados, guerreros. Cada uno es un libro. Tomás, Joel, Clemente y ahora Ariel, son mis amigos queridos, a los que admiro profundamente. Ni hablar de Leo Susana, con quien disfruté tantas horas de conversación. Encima, me confesaron que las décimas de mi padre los inspiraron… la vida es así.


Ellos son el mejor ejemplo de creer en una idea y joder, insistir, hasta lograr una carrera hermosa, brillante, que de alguna manera ha contribuido en convertirlos en grandes hombres.


Ahora “la kermés” se convirtió en un concierto sinfónico, de rock, con aquellas canciones que nos ayudaron a enfrentar la salvaje misión de crecer en República Dominicana. Estoy orgulloso de mis ídolos, pero sobre todo, de mis hermanos, con los que he tenido el honor de cantar y hablar lo más valioso de la vida: mierda.


Luego les contaré detalles, debo esquivar las fronteras de los caracteres, pero señores, hay que hacer la reverencia ante un grupo de locos que creyeron en la locura y le invirtieron la vida, para dejar un legado que inspira, y sobre el que no se conforman: tocan cada día mejor. 


Toque Profundo es el rock dominicano, no jodas. No estoy preparado para tu discusión.

domingo, abril 21, 2024




 LA EMPATÍA ES UN DM. EL ODIO ES VIRAL.



La mujer en República Dominicana la tiene difícil, sobre todo aquella que quiere “hacer lo correcto”. La disciplina y el conocimiento, son vistas como síntomas de arrogancia, la sensibilidad “es un defecto” y el silencio es castigado.


El “view” ya no tiene miramiento. Es algo por lo que mucha gente arriesga lo que sea. La desgracia genera oportunidades.


Entonces, hay una dinámica. Te dicen: “Fulana habló de ti” (casi siempre mujer), entonces achinas los ojos, haces una pausa, inicias con una oración “sarcástica” y luego disparas lo que sea que pueda ofender a esa persona, mientras los demás arengan o celebran la ejecución del odio improvisado.


Como la gente que trabaja en los medios se va acostumbrando a ese lenguaje, entonces hay que ir subiendo la dosis, como una droga.


Hace unas semanas vi a una mujer lanzando comentarios difamadores contra la presentadora Gabriela Desangles, con una emoción exagerada, un discurso de rabia auto-inducida, una violencia que evidentemente venía desde otro lugar fuera del tema, hacia completar una venganza contra muchas cosas que poco tenían que ver con la víctima.


Cualquiera pensaría que Gabriela sería arropada, protegida, defendida, pero no. Tuvo días más difíciles que la victimaria.


Los compañeros de trabajo de Gabriela la increparon “porque no debió aceptar una llamada de otro programa para hablar del caso”, su jefe anunció que le retiraba el apoyo, la acusó de “hablar mierda” y de “traición”, por no hablar abiertamente de sus sentimientos en la “plataforma” que le paga para otra cosa, y así captar los “views” que puede generar esa situación que afecta seguramente a su familia. Terminó siendo “la villana”, mientras la victimaria salía ilesa. Gabriela difamada, acusada, acosada, indefensa, sola.


Yo, que no soy famoso, he sido blanco de ataques programados. Mi familia ni se diga. Sé muy bien que cuando dirigen un ejército contra ti, la empatía sólo llega por mensaje directo. En público casi nadie se moja. Eso me lo recordó Gabi cuando le escribí para apoyarla, sin darme cuenta de que podía manifestarlo abiertamente.


Los “consejos” de su entorno y el silencio de muchos, terminaron encendiendo el fuego de la hoguera.


Recuerdo cómo atacaron a Gabriela cuando decidió en legítimo derecho no estar presente mientras insultaban a José Horacio Rodríguez y terminaron convenciéndola de que “eso estuvo mal” y de que estaba siendo “mala compañera”. Porque tenemos que insultar juntos, como hermanos.


Me solidarizo con Gabriela, con mi hermana Hony Estrella (que ha sido blanco de todo tipo de ataques sin sentido), y todas aquellas que hasta llegan a sentir que tienen un límite mucho más estrecho para expresarse, sentir, actuar, callar, y darse el lujo de ser humanas.


Esto no es “farándula”. Es un síntoma preocupante que tenemos como sociedad. El odio como entretenimiento deja una vacante para sentimientos más peligrosos.


En ese caso de Gabriela, hay dos mujeres solas. Una a la que nadie defiende y otra a la que nadie cuidó de sí misma. El “view” no ve nada, es ciego. El odio es viral. El amor sólo va por DM.

sábado, julio 18, 2020

Vitico


Foto: Sahira y Geber.




“Yo te busco en mi barco de papel

que naufraga cuando no te puedo ver

y se pierde en el silencio”


Para mí eras toda una leyenda. Me atreví a llamarte ese día para pedirte un consejo. Recuerdo dónde estaba exactamente: en el área verde de la casa en que vivía en El Portal, bajo los árboles, venciendo la timidez. Me dijiste inmediatamente que ibas hacia donde estuviera y nunca te fuiste de ahí. Busqué al artista y encontré un padre de lujo: cariñoso, cómplice, inspirador y con ganas de tener un hijo más.


Fuiste la ilusión y los pies en la tierra. Mi número de emergencias y el timbre a las ocho de la mañana exigiendo desayuno y un baño para bautizar. Fuiste la palabra precisa y la sonrisa perfecta.


Me enseñaste a protestar, a ser irreverente, y cuando se me iba la mano, soltabas tu risa inolvidable como prólogo del consejo oportuno.


Me enseñaste a un Ordóñez feliz de ser músico cada vez que tocaba contigo, me presentaste con orgullo ante tanta gente, me metiste en líos para ver si era verdad que yo quería lo que decía que quería, me llevaste donde nunca hice el esfuerzo de ir, porque creías en mí más que yo mismo. Ya entendí lo que decías y por qué lo hiciste.


Yo ni sé por dónde empezar a recoger mis pedazos. Me sentía grande cuando tú me veías grande. Tú eras mi público. Ahora deseo tanto un insulto tuyo, tus ocurrencias, la complicidad con tu “compadrito" tu guitarra de nylon, que me prestaste hecha mierda, la arreglé y luego decías que siempre la usabas, de jablador, como cuando me dijiste que “esto es suave, una gripecita” para no mortificarme, porque te encantaba ayudar, pero odiabas que te ayudaran.


Odiabas todo y amabas a todo el mundo. Te incomodaba ser amado. Por eso agradezco tanto tus reacciones cada vez que te decía “te amo”, que me respondías “eres mi hijo más querido”, porque ahora eso es lo único que consuela aunque sea un poco, y no creas que te voy a insultar. Estoy aguantando la tentación, porque me prometí que a partir de ahora solo te daré cariño, #pajodertelacabeza y te envuelvas en una sábana de cursilerías que describen muy bien lo que siento por ti.


Y lo peor es que doy esta carta por terminada y es una mierda, porque no tiene ni un uno por ciento de todo lo que siento y puedo decir. Pero ya habrá tiempo, Víctor José, ya habrá tiempo. Como dice Xiomara, dame por favor una señal, te lo ruego. Sin ti, me siento solo. Pero venceré el miedo que tanto señalabas para -coño- intentar continuar tu legado y hacerte sentir orgulloso de tu hijo, que va a seguir como decía el Ingeniero Chalinas: “luchando a brazo paitío”. Te prometo que no dejaré solos a Zobeyda, Ian y Amy, tus dioses y diosas, intentaré estar cada vez que me necesiten, porque encima me regalaste una familia, me endosaste a Pavel y Faride, te criticaré con Zobe, que me hizo caer en cuenta: te estás burlando de nosotros, pero como ella dice: “a mí no me impoita”.


Yo te amo, cabrón. Coño Vitico, ¿y ahora?



lunes, julio 23, 2018

1




-       No existe un animal más palomo que el tíguere de barrio, jefe.
-       Coño Paulino, ¿tú ‘tá en droga?
-       Es que el tíguere mata por diparate, roba por diparate, siempre jode a la fuente. Mi mamá siempre decía que “el que jode la fuente, se jode”.
-       Y el que habla mierda también se jode, Paulino, ¿tú no te ‘tá dando cuenta de lo jodío que ‘tamo?

Chindler ya no tenía tiempo. Hace unos años sonó para Jefe de la Policía, pero hoy solo era jefe de Paulino, un muchacho inteligente, pero que no tiene tigueraje. Cada vez les pasaban casos menos importantes, y su sexto sentido le decía muy claro “que esa era una señal medio rara”.

Paulino no tenía un pasado. Lavaba cada noche con champú su cachucha de las Estrellas Orientales. Desde que se cepillaba los dientes,  -¡ziap!- se la encaquetaba con esperanza.

-       Oye ahora, que a un riquito le robaron su computadora.
-       Ningún caso es malo, don. Lo que hay que hacer es resolverlo rápido.

Chindler tapaba la ventana cuando se asomaba con la mirada de quien lo sabe todo y por eso no cree en nada, con sus libras adquiridas a través de una permanente ambición gastronómica.

-       Don, lo que pasa es que a nosotros nos dan los casos para policías inteligentes. Los otros, se los dan a los otros.
-       ¿Tú me ‘tá diciendo gordo, Paulino?

Paulino arriesgó una sonrisa y a Chindler no le quedó más remedio que reírse. Ahí se pusieron a revisar la querella, huellas digitales, la víctima, todo lo que les permitiera “arrancar por el principio”, la frase de ataque de Chindler que Paulino odiaba, pero a la que otorgaba la sonrisa de cortesía de siempre, reacomodándose la gorra de las Estrellas. En el fondo, aunque no lo quisieran admitir, sabían que este trabajo no iba a ser demasiado fácil.

-       En esas hojas hay correos del carajito.
-       Sí, eso vi. ¿Quién lo diría? El tipo vive como en depresión.
-       Tan contento que se ve en redes sociales.
-       Tiene que buscar terapia urgente.
-       Qué va, que se meta su droguita y no llore tanto.
-       ¿Cómo así, Don?
-       Las terapias son más caras que las drogas. 
¿Tú has visto a un pobre dizque "tengo que ir a mi terapia"? Eso es de ricos.

Suena el celular. K.T., una policía que trabaja en coordinación, los llama y les confirma la asignación de un vehículo, durante el caso.

- Juye, vámonos Paulino, antes de que lo coja otro.


lunes, diciembre 05, 2016

Me Robán









lunes, marzo 16, 2015

Viene y Va




“Viene y Va”. Esta canción nace de una casualidad que aún me asombra. Un día disfrutaba a través de Youtube un impresionante trabajo de la coreógrafa de danza contemporánea Marianela Boan, una artista que admiro profundamente. Poco después, supe que ella había venido a vivir al país. Días más tarde, me llaman desde la recepción para decirme que alguien preguntaba por mí. Era ella, en persona, no nos conocíamos y había ido a buscarme para hacer la música de su nueva obra (de 2012), “Las Medidas de la Brisa”, inspirada en la poesía de Lezama Lima.

La obra trataba la polaridad de la brisa y la asfixia, planteando la primera como un fenómeno muy caribeño, y cómo aparece cada día la asfixia en la convivencia, en la rutina. Se refería a que la vida es tan liviana, que va constantemente hacia donde va el viento, por eso pasamos con tanta facilidad de la alegría al ocio, de la suerte al calor, de la nostalgia a cualquier otra cosa.

Era una responsabilidad demasiado grande aceptar un reto así, de una maestra como la Boan, así que intenté escapar varias veces y debo agradecerle que no me dejó. Me lanzó el reto mientras me brindaba ron cubano, como un disparo al amor propio: “un artista de verdad no tiene miedito. Le deja eso a los cobardes”.

Por supuesto, salí corriendo a buscar entre mis ideas, miedos, secretos, sueños, cualquier cosa que me ayudara a desarrollar “Las Medidas de la Brisa”, generando belleza, sonoridad, y al mismo tiempo que moviera un conjunto de cuerpos intensos, violentos, hermosos, de artistas que escribían en el aire lo que dictaba “La Profe”.

Pasé por la bachata, bossa, tango, vals, me dejé llevar por la brisa, y escribí la letra de un tirón, en no más de media hora, hasta terminar vacío, hasta que sintiera el ardor de la brisa en la cara, un dolor dulce y de elegante fragancia a las vainas de la vida.

Entonces, pasó el tiempo, trajimos al maestro Pablo Dacal, y mientras planificábamos la producción del nuevo disco, nos dimos cuenta de que si le encendíamos algunas luces, podía llegar a otras tierras más fértiles, sin perder la esencia, pero perdiendo mucha oscuridad. A medida que pasa el tiempo, los tipos como yo empezamos a ver que hay mucha ingenuidad en los versos sombríos, y buscamos matices más interesantes bajo la luz.

Y por ahí disparo algunas ideas que ojalá sirvan para debatir en el patio de alguien y condimenten una copa de vino o de buen ron a las rocas, porque tienen mucho de pregunta o de afirmación lista para poner la otra mejilla y que la vida nos demuestre si era poesía o mentira.

Esta canción me hizo replantear el concepto del nuevo disco, me obligó a escribir varias más, y lograr que el proyecto rebotara entre el pasado de la canción dominicana y mi presente personal.

En la grabación participan mis genios habituales, David (contrabajo) y Ely Vásquez (percusión), el mismo Dacal en la guitarra rítmica, el maestrazo Juan Francisco Ordóñez y nada menos que el maestro Sandy Gabriel en el saxo, junto a Apolinar Peralta (trombón) y Juan Gabriel Jiménez (trompeta).

Si escuchamos el demo original, nos damos cuenta de que la brisa la ha cambiado, como el tiempo cambia los cuerpos, y la puso en manos de árboles llenos de hojas y frutos que me dieron el honor de tocar mientras mi voz decía.


viernes, marzo 07, 2014

Tía Piky


Cuando era niño, nunca me llamó la atención Superman. Quizás porque siempre estuve rodeado de súper mujeres, o porque la visión de rayos X nunca fue tan poderosa como una carcajada de tía Piky que rebotaba en las paredes del patio y llegaba hasta el jardín del frente, en la Osvaldo Bazil, número cuatro. La recuerdo con las piernas cruzadas, un impecable peinado, traguito en mano, y mirando con picardía a tío Junio, por algún chiste entre ellos. Me asombraba cómo esa mujer que había pasado tanta historia, dolor, lucha, valentía, victorias y pérdidas, seguía siendo tallada por el tiempo con cada vez más belleza y alegría, sin perder un carácter impresionante.

Y fuimos creciendo con cada vez más historias increíbles, de guerrilla, de familia, de vecindario. Desde ser quien siempre agarraba ladrones en su calle, hasta intensas batallas contra militares asesinos, contra distintos tipos de crueles dictadores. Desde conversaciones inolvidables con Minerva, hasta bordar un pequeño mantel, o deshacerse con gracia de los testigos de Jehová o de algún famoso cantautor cubano al que hizo conocer el peso de sus manos.

Cuando se quitaba las gafas, se veían sus ojos de árbol con mil otoños y primaveras. Ojos que no miraban hacia atrás para llorar, que no perdían el tiempo, que seguían hacia adelante, como los discos de Lockward que empezaban una y otra vez, cada vez más afinados. 

Todo el mundo me hablaba sobre mi propia tía, me contaban mil historias que detonaban mi imaginación, como si fuera ficción, como si fueran cosas imposibles, como si fueran bellas mentiras. Sin embargo, ella nunca me habló de sí misma. Yo sólo la veía reír.

Entonces cerraba los ojos, y la imaginaba haciéndose los rolos con una mano y sosteniendo un fusil con la otra, para sentarse a hablar con sus amigos sin descuidar la posición de alerta. La soñé amaneciendo escondida debajo de la cama de un militar que la buscaba por toda la montaña, y no sabía que dormía sobre el peligro de perder la vida. O dejando que su compasión destruyera moralmente a un criminal; o con sangre en las orejas, trepada a un tanque de guerra. 

Pero también la imaginé haciéndose cada vez más fuerte en una celda, cancelando lágrimas para no regalar un centímetro de dolor a quien no lo merecía. Tejiendo ropa para sus compañeras, recogiendo sus libros mojados a presión por la ignorancia.

Recuerdo que siempre vencí al miedo, porque periódicamente recordaba que tenía como tía a la mujer más poderosa del universo. 

Tanto así, que la última vez que la vi, hace rato que había leído mis pensamientos con su visión de árbol. Respondió preguntas que no llegué a hacerle, venció a la naturaleza, para escribirme palabras que se quedarán tatuadas en mi alma para siempre. Pidió a la muerte que la dejara maquillarse, porque una mujer como ella no podía llegar "así" a ningún lado. Luego, salió volando, hacia la eternidad.