jueves, marzo 31, 2005
Ruido
Vieron que Manuel llevaba una tabla de surf en el techo. Parecía rico o extranjero. Cuatro cuervos esperaron a que regresara de la playa. Manuel le rompió la boca a uno de ellos y en la siguiente toma, estaba debajo de tres en el asiento trasero. Un cassette de un acidísimo grupo de rock hacía sangrar las orejas de reguetón de los delincuentes. Patearon, rompieron y casi le pegan un tiro a la grabadora dañada desde hacía meses. A Manuel le dolía el golpe en la cabeza cuando se reía. “Este es el peor asalto que hemos hecho. Maldita música”.
Columpio I
Margarita, no te veo desde hace casi veinticuatro horas. Dejé en el refrigerador un video imaginario de mi lengua apenas caminando por tu cuello, llegando a tu boca para intercambiar palabras en silencio y tragarnos oraciones que no llegarán a nacer. Cuando te vas y vienes, las cosas apagan y prenden. Llegarás, entonces mis huellas digitales se volverán más ásperas, para clavar sus dientes en tus superficies. Por lo menos escribe, Margarita. Trasladé al perro del jardín al patio trasero, para que el cartero se sintiera un poco más bienvenido. Cuando llamas y cuelgas, los minutos son pétalos de me-quiere-y-no-me-quiere.
miércoles, marzo 30, 2005
Feliz cumple, Rubén
Rubén ayer cumplió veinticinco. Cerré los ojos y había una fiesta con invitados ilustres. El son no puso a esperar a nuestros pies. Tocaba como nunca Carlos Vargas, los Cazafantasmas bailaban, habían llevado sus instrumentos por si acaso. En el patio aterrizaba Lobo del Aire, y salieron por la compuerta negra casi todos los Gobots, El Galáctico y Daniel Santos, que dos horas después cantaba a dúo con mi hermano. Rubén se unió al club y Chun Li le dio la bienvenida al bar con su faldita aún más corta y los delicados panties azules. Feliz cumple, astronauta y tolete.
martes, marzo 29, 2005
Big Bang
En la realidad no somos coherentes con la telepatía. Un pequeño big bang arde en el bolsillo de la camisa, pero la verdad podría ser suicida, o en el peor de los casos, cortaría la sensualidad de cada momento de incertidumbre. La sospecha interna los delata en un espectro, los oculta en otro. Sólo tendrá la flor de la mesa aquel que la deje llegar a su mano valiéndose de sí misma. Si alguien agarró una interferencia, es posible que una silla quede sin cuerpo. Sostengo un cigarro con torpeza, digo cualquier cosa y si supieras lo que estoy pensando.
jueves, marzo 24, 2005
Luz oscura
No me había percatado de la soledad, hasta que el espejo del apartamento se burló de mí. Otra mala costumbre del destino. Hoy trato de ordeñarme un texto triste, melancólico o lleno de un amor que no puedan ver los niños, pero el olor a óxido terminó venciendo mi osadía. Quiero buscar un trago, entonces se duermen mis piernas. Gateando, llego a una mesa redonda, me aburro, todo me parece una verdad distorsionada y aburrida. Miro alrededor y me elijo para pasar las últimas horas. La soledad es una forma confiable de extender el tiempo. La herida sangra, se infecta.
miércoles, marzo 23, 2005
Trauma
Mi carro vive enfermo. Sufre desde que llegó a mí, porque mi prima lo decepcionó vendiéndomelo. A veces siento que ando sobre las ruedas del milagro, pues muchas veces me transporta a pesar de sus problemas recurrentes de ortopedia. Las calles de Santo Domingo tienen la espalda violenta. Hony dejó una huella de hierro que molesta a Rosalbita, El Poeta se va a tres caídas con los portavasos, Mario le quita la piel de la barriga y yo no tengo tiempo de ocuparme de mecánica. No lo llevo al médico para evitar un diagnóstico fatal. Hoy no prendió por baterías.
martes, marzo 22, 2005
Un paso
Mariela estaba a dos pasos de ser mujer. No era atleta y sudó en el recorrido que la llevaba hacia la azotea dos veces. Sus tacos causaron el eco que disolvió el presentimiento acostumbrado en los ascensores, marcando el compás del sospechado encuentro de nuestras lenguas con cicatrices de tiempo perdido. Salimos de la cápsula a las escaleras, pero voces de minotauros jodieron la confianza del deseo. Rodamos por el polo magnético, con el filo de los escalones en la espalda, hasta llegar a la libertad excesiva de las azoteas. Faltaba sudar otro paso y se me extravió el castellano.
Pasaportes
Todas se van. Chío, cada vez más lindísima y roja, se va para San Francisco. Amy saltará con sus ocurrencias (como la canción de “Nuevayor”) en Nueva York. Mi hermana se va para España, Maria amenazó con Puerto Rico, Magia seguro salta un día de éstos con que también y en fin, vamos a quedar como una legión de Búfalos Mojados, pero sin boliche, ni sombreros y un poco tristes. Cuando me dijeron que los jóvenes tienen alas, no me lo había tomado tan literal. A ver si amarramos a Rosanel a la pata de la mesa. Cuidado con Yami.
lunes, marzo 21, 2005
Paciencia
Naces y pasa un tiempo antes de que la casa deje de dar vueltas. Lentamente, empiezas a hablar, caminar, jugar. Nunca se aprende a vivir. Llega lo que se quiere y no se puede, lo que se debe y no se puede, lo que se puede, pero da pereza. Entonces, entendemos que lo que queremos cuesta dinero, la moneda es tiempo y la forma de invertirlo es la paciencia. Sin garantías, sin lógica, sin azúcar. Con más besos callados que palabras recién nacidas. Entonces el reloj sobrepasa los límites del mareo y cada vez podemos menos y menos y menos.
viernes, marzo 18, 2005
Brevedad
Como un abuelo que sonríe pensando que está de moda morirse, te pido que envejezcas lentamente. Como los árboles y las tortugas. Así como está de lejos dejar de verte, está de cerca mi muerte.
Ocho años después
No sé si comenté alguna vez que después de casi ocho años, me junté con mis compañeros de colegio. Fue una experiencia rarísima, hasta sentí ganas de ponerme el uniforme.
Las muchachas ya son mujeres casadas y con hijos. Las que no se han casado, están comprometidas. Los tígueres somos unos niños, estamos nuevecitos y solteros. Sólo un herido (divorciado).
El futuro de casi todos ellos ha respondido al perfil. Ninguno me sorprendió demasiado. Pero es increíble, cómo la dinámica del pasado irrumpe de una vez. De inmediato volvió el clima colegial, los relajos, nombres, apodos y chismes continuaron como si no hubiera pasado el tiempo.
Para colmo, el sitio era un parque con una cancha (no, no jugamos), la puerta parecía la entrada a un túnel del tiempo. Lo más extraño es que aunque estábamos en recreo, casi nadie comió nada, todo el mundo hablaba (y bebía) sin parar.
En fin, me gustó mucho verlos, pero el silencio del paso del tiempo es abrumador. La palabra “estándar” los persiguió en forma de anillos de compromiso.
Llegaba la famosa chica que volvió loco a uno en bachillerato y los muchachos empezaban a molestar. Las muchachas del colegio no deberían casarse nunca. Entonces uno no puede ni coquetear con los antiguos amores, porque se casaron con cocodrilos y los llevan a todos lados. Hay algo ahí que es nuestro. No sé qué.
Las muchachas ya son mujeres casadas y con hijos. Las que no se han casado, están comprometidas. Los tígueres somos unos niños, estamos nuevecitos y solteros. Sólo un herido (divorciado).
El futuro de casi todos ellos ha respondido al perfil. Ninguno me sorprendió demasiado. Pero es increíble, cómo la dinámica del pasado irrumpe de una vez. De inmediato volvió el clima colegial, los relajos, nombres, apodos y chismes continuaron como si no hubiera pasado el tiempo.
Para colmo, el sitio era un parque con una cancha (no, no jugamos), la puerta parecía la entrada a un túnel del tiempo. Lo más extraño es que aunque estábamos en recreo, casi nadie comió nada, todo el mundo hablaba (y bebía) sin parar.
En fin, me gustó mucho verlos, pero el silencio del paso del tiempo es abrumador. La palabra “estándar” los persiguió en forma de anillos de compromiso.
Llegaba la famosa chica que volvió loco a uno en bachillerato y los muchachos empezaban a molestar. Las muchachas del colegio no deberían casarse nunca. Entonces uno no puede ni coquetear con los antiguos amores, porque se casaron con cocodrilos y los llevan a todos lados. Hay algo ahí que es nuestro. No sé qué.
Sin azúcar
En estos días, la realidad aprieta la tuerca. Cada vez tenemos menos tiempo de soñar cosas y uno mismo se pone escéptico. El dinero no da, uno se enferma, la gente alrededor se enferma. Entonces casi todo el mundo anda sin un chele en todos los sentidos. Muchos apuestan al deseo sabiendo que perderán y efectivamente, pierden. Como ando un poco cobarde y estos tiempos están así de secos, no estoy arriesgando mucho.
Mandé el cerebro de vacaciones un rato, empecé a terminar textos viejos apostando más al trabajo prácticamente técnico, que al sentimiento específico. Veo que mucha gente anda así, respirando de manera existencialista.
Cuando me descubro haragán, me pongo en cintura lo más pronto que pueda. Estoy armando la disciplina a cumplir los próximos meses.
Lo bueno, es que le he dedicado un poco de tiempo a las cuestiones musicales, que siempre vivían abandonadas.
Quedé impactado con el nuevo video de Beck en el blog de Alex (www.alexferreira.blogspot.com). Beck es un maestro. En el mismo post, hay una foto impresionante con el tema de la suspensión de Dalí.
A éstos días les hace falta dulce de cereza.
Mandé el cerebro de vacaciones un rato, empecé a terminar textos viejos apostando más al trabajo prácticamente técnico, que al sentimiento específico. Veo que mucha gente anda así, respirando de manera existencialista.
Cuando me descubro haragán, me pongo en cintura lo más pronto que pueda. Estoy armando la disciplina a cumplir los próximos meses.
Lo bueno, es que le he dedicado un poco de tiempo a las cuestiones musicales, que siempre vivían abandonadas.
Quedé impactado con el nuevo video de Beck en el blog de Alex (www.alexferreira.blogspot.com). Beck es un maestro. En el mismo post, hay una foto impresionante con el tema de la suspensión de Dalí.
A éstos días les hace falta dulce de cereza.
jueves, marzo 17, 2005
¡Mucha suerte!
Maria se nos va como a las cuatro de la mañana. A esa hora el cuerpo no quiere tragos. Estaré de mal humor pensando que recibiré menos abrazos a la semana, que sentiré más frío en los bares y que la liga de futbol mixto cojea.
Los aviones no me dejan querer demasiado. Antes del amanecer, miraremos la botella y sudaremos el impacto poco a poco para que no nos agarre de golpe.
Entonces, al salir el sol, brindaremos para que Maria tenga buen viaje y muchos vuelos; el futuro no ha sabido tratar a los superhéroes y ya es tiempo de practicar la cortesía.
En el Salón de la Justicia prendieron la fuente y soltaron los avestruces. Y aunque tendré menos besos y mordidas a la semana, sé que llegó el momento de poner a volar las canillas.
Adiós Supermaria, tus dientes seguirán siendo cicatrices en los cuerpos de carne y hueso de tus Superamigos.
Los aviones no me dejan querer demasiado. Antes del amanecer, miraremos la botella y sudaremos el impacto poco a poco para que no nos agarre de golpe.
Entonces, al salir el sol, brindaremos para que Maria tenga buen viaje y muchos vuelos; el futuro no ha sabido tratar a los superhéroes y ya es tiempo de practicar la cortesía.
En el Salón de la Justicia prendieron la fuente y soltaron los avestruces. Y aunque tendré menos besos y mordidas a la semana, sé que llegó el momento de poner a volar las canillas.
Adiós Supermaria, tus dientes seguirán siendo cicatrices en los cuerpos de carne y hueso de tus Superamigos.
miércoles, marzo 16, 2005
La Salud de los '90 / Respeto
Parece que no hay mal que resista mucho sueño y ayuno. Nos dicen que hagamos otras cosas, y especialmente, que nos miremos ciertos líquidos periódicamente, asiduamente. Pero yo no conozco un mal que resista a veinte horas de sueño y un prudente ayuno (ayuno quiere decir, por ejemplo, tomar gazpacho y ajo blanco. Y en invierno, guisos con abundante tocino y pan); y darse cuenta de que no siempre que uno piensa que se va a morir y que está hecho polvo, se muere uno. Y entonces, si tenemos miedo, no evitamos un dolor, pero encima lo anticipamos. Quiero decir, para seguir viviendo, a veces, con tal de estar sanos vamos a hacernos chequeos, nos preocupamos porque nos ha salido una mancha o un dolor.
Nuestra meta es vivir largo tiempo, y claro, en el fondo no pretendemos vivir largo tiempo: pretendemos vivir a secas, pretendemos “vivir”. Si uno intenta vivir largo tiempo, el día a día se puede envenenar bastante, pero si uno no intenta cuidarse, tampoco es buen plan. Uno confunde la valentía con la temeridad, se granjea grandes cantidades de dolor.
De modo, que vivir es muy delicado.
Cuentan de (el Rey) Alejandro que una vez se metió en un río tumultuoso de la India, todo con barro, persiguiendo al ejército que peleaba con él, y cuando iban en mitad, los caballos perdieron pie, aquellas aguas estaban heladas y se volvió a sus compañeros y les dijo: "¡me cago en la leche!, ¿os dáis cuenta las cosas que tengo que hacer para que me tengáis respeto?”.
Eso pasa poco ahora… respeto.
Antonio Escohotado
Nuestra meta es vivir largo tiempo, y claro, en el fondo no pretendemos vivir largo tiempo: pretendemos vivir a secas, pretendemos “vivir”. Si uno intenta vivir largo tiempo, el día a día se puede envenenar bastante, pero si uno no intenta cuidarse, tampoco es buen plan. Uno confunde la valentía con la temeridad, se granjea grandes cantidades de dolor.
De modo, que vivir es muy delicado.
Cuentan de (el Rey) Alejandro que una vez se metió en un río tumultuoso de la India, todo con barro, persiguiendo al ejército que peleaba con él, y cuando iban en mitad, los caballos perdieron pie, aquellas aguas estaban heladas y se volvió a sus compañeros y les dijo: "¡me cago en la leche!, ¿os dáis cuenta las cosas que tengo que hacer para que me tengáis respeto?”.
Eso pasa poco ahora… respeto.
Antonio Escohotado
lunes, marzo 14, 2005
Secuestro
"La gente de los noventa como que no es la misma de los cincuenta"
Dr. Numbert Rice.
Hoy Me Desperté, 1998.
Se descompuso el paso de los peatones con el asalto súbito de dos enmascarados que fueron a pescar a Luis, el hijo del famoso empresario Lucho García, tirado por hombro y manga larga casi sin tropezar entre el asombro estático de la gente. Lo meten en un carro disfrazado de taxi y el tipo que conduce mira por el retrovisor la inexplicable serenidad del secuestrado, mientras el otro fuma y lo amarra.
-Descuiden –dijo el joven Luis-. Ni un pelo de mártir, sólo quiero que me dejen buscar bebidas y ropa.
Los secuestradores más sorprendidos de la ciudad, quisieron indagar y al final de quince minutos fueron a la tienda para que Luis comprara lo que quisiera, en vez de ir a caer presos a la casa familiar. El joven los entiende y saca la tarjeta que le quitarían los ladrones poco después de la compra.
Aficionado a las historias de secuestros, Luis se frota las manos pensando que su padre quizás ofrecerá por él más dinero que el que ofrecieron por Dick Monsalve en Oklahoma, en el verano de 1979. Los secuestradores pierden el pulso contra la curiosidad y preguntan a coro involuntario a qué se debe tanta ecuanimidad. El muchacho les cuenta su sueño materializado y ofrece contribuir. En el colegio ganó todos los premios de cooperación y dibujo. Sus compañeros le regalaban los comics de secuestros famosos cada cumpleaños.
Había motivo de celebración. Fueron a la tienda y en la compra incluyó varias botellas y siempre evitaba llamarles “ladrones” o cualquier sinónimo que habitara en la indignación de la gente.
El Tipo que Conduce se mostró escéptico al principio, hasta que pronto empezó a sentir celos al ver cómo su compañero se divertía jugando a las cartas con la víctima, rodeado de botellas desangrándose en las copas. Poco después, se unió a los partidos que se volvían cada vez más competitivos. – Cuánto quieres que pidamos por ti. – Dijo quien conduce-. – Tu padre ofrece ésto-. Y le pasó una hoja con las cifra anotada.
Luis se indignó. “Yo sabía que su hijo favorito era Carlos Eduardo”, es inaceptable, no hay negocio, ¿te has vuelto conformista? Y le pidió que desglosara sus gastos anuales. Además por Mathew McFarlane dieron más del doble en dólares, aquel invierno del ’82, en Filadelfia.
Además, papá había pagado mucho más por una finca en las afueras de la ciudad y no puedo creer que pague más por un par de vacas que por su hijo.
Dos días después, Luis era quien dirigía el proceso de negociación y los secuestradores se habían convertido en una especie rarísima de mediadores. Luis empezaba a incomodarse por la falta de sagacidad de quienes lo habían secuestrado y la gente que pasaba fuera del lugar escuchaba los brutales regaños que cometía contra ellos.
Atribuyó obligaciones en el modesto espacio elegido por los secuestradores y no se supo cuándo empezaron las ganas de irse del dúo más buscado por la policía.
– Mira, muchacho, puedes irte, el secuestro se acabó.
Luis, furioso, les advirtió que no iban para ninguna parte y los castigó por un par de días, hasta que desesperados, lo amenazaron con una pistola, tratando de obligarlo a escapar, pero no pudieron disimular la inexplicable incapacidad de matarlo y la repentina falta de experiencia con el arma.
El aborto del plan se complicó aún más, cuando en una ráfaga de autoridad, Luis les quitó una pistola y amenazó a los secuestradores con dispararse a sí mismo en una pierna, lo que provocaría la ira de toda la sociedad. El Tipo que Conduce supuso que los días por venir tendrían más de veinticuatro horas, así que sería más fácil si cooperaba.
El otro fue un poco más inteligente y trazó un plan de contra-ataque psicológico. Le explicó a Luisito que en todo este lío había descubierto que El Señor lo llamaba y que se elegía hombre muerto, en caso de que alguien le diera la opción de oveja descarriada o sangre. Apeló a la libertad y su capacidad de sermonear repitiendo las cosas hasta la desesperación del receptor fue letal ante el allante de Luis, que no se atrevió a dispararle cuando El Otro lo sugestionó de ahí-ahí.
- Tírame entonces, El Señor me protege.
- ¿Tú quieres que yo te pegue un tiro, loco del diablo?
- El Señor me protegerá.
- No me jodas, los mato a los dos.
- El Señor me protegerá.
El Tipo que Conduce se apresuró a interrumpir la conversación con un “Luis-yo-no-dije-ná” y a mí no me metas en su disparate, que yo estoy aquí tranquilo.
Luis recordó que mejor cuerno de vaca, que plumas de ángel y dejó ir a El Otro, quien le regaló una mirada burlona al que conduce, mientras recogía su ropa para marcharse.
El Tipo que Conduce, airado, le dibujó una nueva nariz en el rostro y aseguró que se quedaba a esperar que el mango cayera de la mata.
Y entonces, no he vuelto a saber en qué quedaron, pero estas camisas que pude cargar me quedan de lo más bien. Luis y yo “calzamos” igual en toda la ropa. Las oportunidades llegan flacas y hay que morder la masa. La libertad a veces se compra con cualquier cosa. La vaina es saber cuál es la moneda.
Dr. Numbert Rice.
Hoy Me Desperté, 1998.
Se descompuso el paso de los peatones con el asalto súbito de dos enmascarados que fueron a pescar a Luis, el hijo del famoso empresario Lucho García, tirado por hombro y manga larga casi sin tropezar entre el asombro estático de la gente. Lo meten en un carro disfrazado de taxi y el tipo que conduce mira por el retrovisor la inexplicable serenidad del secuestrado, mientras el otro fuma y lo amarra.
-Descuiden –dijo el joven Luis-. Ni un pelo de mártir, sólo quiero que me dejen buscar bebidas y ropa.
Los secuestradores más sorprendidos de la ciudad, quisieron indagar y al final de quince minutos fueron a la tienda para que Luis comprara lo que quisiera, en vez de ir a caer presos a la casa familiar. El joven los entiende y saca la tarjeta que le quitarían los ladrones poco después de la compra.
Aficionado a las historias de secuestros, Luis se frota las manos pensando que su padre quizás ofrecerá por él más dinero que el que ofrecieron por Dick Monsalve en Oklahoma, en el verano de 1979. Los secuestradores pierden el pulso contra la curiosidad y preguntan a coro involuntario a qué se debe tanta ecuanimidad. El muchacho les cuenta su sueño materializado y ofrece contribuir. En el colegio ganó todos los premios de cooperación y dibujo. Sus compañeros le regalaban los comics de secuestros famosos cada cumpleaños.
Había motivo de celebración. Fueron a la tienda y en la compra incluyó varias botellas y siempre evitaba llamarles “ladrones” o cualquier sinónimo que habitara en la indignación de la gente.
El Tipo que Conduce se mostró escéptico al principio, hasta que pronto empezó a sentir celos al ver cómo su compañero se divertía jugando a las cartas con la víctima, rodeado de botellas desangrándose en las copas. Poco después, se unió a los partidos que se volvían cada vez más competitivos. – Cuánto quieres que pidamos por ti. – Dijo quien conduce-. – Tu padre ofrece ésto-. Y le pasó una hoja con las cifra anotada.
Luis se indignó. “Yo sabía que su hijo favorito era Carlos Eduardo”, es inaceptable, no hay negocio, ¿te has vuelto conformista? Y le pidió que desglosara sus gastos anuales. Además por Mathew McFarlane dieron más del doble en dólares, aquel invierno del ’82, en Filadelfia.
Además, papá había pagado mucho más por una finca en las afueras de la ciudad y no puedo creer que pague más por un par de vacas que por su hijo.
Dos días después, Luis era quien dirigía el proceso de negociación y los secuestradores se habían convertido en una especie rarísima de mediadores. Luis empezaba a incomodarse por la falta de sagacidad de quienes lo habían secuestrado y la gente que pasaba fuera del lugar escuchaba los brutales regaños que cometía contra ellos.
Atribuyó obligaciones en el modesto espacio elegido por los secuestradores y no se supo cuándo empezaron las ganas de irse del dúo más buscado por la policía.
– Mira, muchacho, puedes irte, el secuestro se acabó.
Luis, furioso, les advirtió que no iban para ninguna parte y los castigó por un par de días, hasta que desesperados, lo amenazaron con una pistola, tratando de obligarlo a escapar, pero no pudieron disimular la inexplicable incapacidad de matarlo y la repentina falta de experiencia con el arma.
El aborto del plan se complicó aún más, cuando en una ráfaga de autoridad, Luis les quitó una pistola y amenazó a los secuestradores con dispararse a sí mismo en una pierna, lo que provocaría la ira de toda la sociedad. El Tipo que Conduce supuso que los días por venir tendrían más de veinticuatro horas, así que sería más fácil si cooperaba.
El otro fue un poco más inteligente y trazó un plan de contra-ataque psicológico. Le explicó a Luisito que en todo este lío había descubierto que El Señor lo llamaba y que se elegía hombre muerto, en caso de que alguien le diera la opción de oveja descarriada o sangre. Apeló a la libertad y su capacidad de sermonear repitiendo las cosas hasta la desesperación del receptor fue letal ante el allante de Luis, que no se atrevió a dispararle cuando El Otro lo sugestionó de ahí-ahí.
- Tírame entonces, El Señor me protege.
- ¿Tú quieres que yo te pegue un tiro, loco del diablo?
- El Señor me protegerá.
- No me jodas, los mato a los dos.
- El Señor me protegerá.
El Tipo que Conduce se apresuró a interrumpir la conversación con un “Luis-yo-no-dije-ná” y a mí no me metas en su disparate, que yo estoy aquí tranquilo.
Luis recordó que mejor cuerno de vaca, que plumas de ángel y dejó ir a El Otro, quien le regaló una mirada burlona al que conduce, mientras recogía su ropa para marcharse.
El Tipo que Conduce, airado, le dibujó una nueva nariz en el rostro y aseguró que se quedaba a esperar que el mango cayera de la mata.
Y entonces, no he vuelto a saber en qué quedaron, pero estas camisas que pude cargar me quedan de lo más bien. Luis y yo “calzamos” igual en toda la ropa. Las oportunidades llegan flacas y hay que morder la masa. La libertad a veces se compra con cualquier cosa. La vaina es saber cuál es la moneda.
jueves, marzo 10, 2005
Enc/tierro (Ultima parte)
Germania mira aterrorizada mi cara. De repente, sentí un frío ensordecedor en la sien y corrí. Alberto ya dejaba su cara pálida en la ventana como un cuadro desde el interior de mi vehículo, Isaac hizo malabares con cigarrillos y cerveza, pero llegó a tiempo para que arrancáramos hacia Constanza a toda velocidad.
Pidió que abriera el baúl cuando la gente empezaba a huir. Sonaron varios disparos y nos fuimos.
Alberto cantaba nervioso, hasta que en la carretera Duarte nos tranquilizamos y nos dejamos disfrutar de su voz, sobre un karaoke de las gargantas a capella.
Llegamos a un comedor y la curiosidad me asaltó por un instante.
- ¿Qué es lo que hay en el baúl?
- Vamos a ver qué es.
- ¿pero no fuiste tú quien metió algo?
- Sí, pero acuérdate que no nos dio tiempo confirmarlo.
- ¿confirmar qué?
Isaac estaba loco. ¡Había agarrado el saco negro y lo metió en el baúl!. Entre Alberto, él y yo no juntábamos a Bonnie & Clyde y empecé a temblar. Isaac justificaba su acción una y otra vez con argumentos peligrosos para su vida, según la agresividad oportuna de Alberto. Las cámaras nos habían filmado y pronto nos encontrarían.
En el trayecto, no le habíamos preguntado a Alberto qué había sucedido, pero en cuanto recobró el color, admitió descaradamente, que lo había olvidado, para luego darnos una charla sobre gente en estado de shock que él había visto en Salcedo.
En ese momento, mientras yo movía las piernas para pensar en algo, escucho una voz de sheriff que nos obliga a levantar las manos y entregar la llave. Le paso las cosas sin mirar atrás, retrasando un disparo que me quemaría el hígado por los cuatro costados, o en el peor de los casos, la próstata, hasta que dos horas más tarde, me tomo el atrevimiento de voltearme y Alberto está desmayado. Isaac se fuma un cigarrillo con un gesto impaciente, esperando que nuestro amigo se levante.
Pregunto.
- ¿qué era lo que había en el saco?
- Ya yo estoy que ni me importa. Y para colmo, este maricón ahora dizque desmayado.
- ¿quiénes lo vinieron a buscar?
- No sé, pero dejaron el carro allí, vámonos.
Al otro día, fuimos a trabajar, como siempre. Cuando llegamos, todos actuaban como si no hubiera pasado nada, pero sentíamos que faltaba alguien, aparte de Flor, que volvería con la primavera. La prensa no había dicho nada y los rottwaillers aparentemente desaparecieron. Nadie se atrevía a preguntar, a pesar de la compañía de una ausencia inexplicable.
Isaac dice que esto no puede seguir así y se decide a llamar al vicepresidente para exigir una explicación. Pero el licenciado nunca atiende la llamada.
Pidió que abriera el baúl cuando la gente empezaba a huir. Sonaron varios disparos y nos fuimos.
Alberto cantaba nervioso, hasta que en la carretera Duarte nos tranquilizamos y nos dejamos disfrutar de su voz, sobre un karaoke de las gargantas a capella.
Llegamos a un comedor y la curiosidad me asaltó por un instante.
- ¿Qué es lo que hay en el baúl?
- Vamos a ver qué es.
- ¿pero no fuiste tú quien metió algo?
- Sí, pero acuérdate que no nos dio tiempo confirmarlo.
- ¿confirmar qué?
Isaac estaba loco. ¡Había agarrado el saco negro y lo metió en el baúl!. Entre Alberto, él y yo no juntábamos a Bonnie & Clyde y empecé a temblar. Isaac justificaba su acción una y otra vez con argumentos peligrosos para su vida, según la agresividad oportuna de Alberto. Las cámaras nos habían filmado y pronto nos encontrarían.
En el trayecto, no le habíamos preguntado a Alberto qué había sucedido, pero en cuanto recobró el color, admitió descaradamente, que lo había olvidado, para luego darnos una charla sobre gente en estado de shock que él había visto en Salcedo.
En ese momento, mientras yo movía las piernas para pensar en algo, escucho una voz de sheriff que nos obliga a levantar las manos y entregar la llave. Le paso las cosas sin mirar atrás, retrasando un disparo que me quemaría el hígado por los cuatro costados, o en el peor de los casos, la próstata, hasta que dos horas más tarde, me tomo el atrevimiento de voltearme y Alberto está desmayado. Isaac se fuma un cigarrillo con un gesto impaciente, esperando que nuestro amigo se levante.
Pregunto.
- ¿qué era lo que había en el saco?
- Ya yo estoy que ni me importa. Y para colmo, este maricón ahora dizque desmayado.
- ¿quiénes lo vinieron a buscar?
- No sé, pero dejaron el carro allí, vámonos.
Al otro día, fuimos a trabajar, como siempre. Cuando llegamos, todos actuaban como si no hubiera pasado nada, pero sentíamos que faltaba alguien, aparte de Flor, que volvería con la primavera. La prensa no había dicho nada y los rottwaillers aparentemente desaparecieron. Nadie se atrevía a preguntar, a pesar de la compañía de una ausencia inexplicable.
Isaac dice que esto no puede seguir así y se decide a llamar al vicepresidente para exigir una explicación. Pero el licenciado nunca atiende la llamada.
miércoles, marzo 09, 2005
Enc/tierro 2da. parte
Ignorantes del minuto que sigue, nos parqueamos al frente como si fuéramos extraños y desde allí percibimos la fuerza de los trajes negros de una especie de guardaespaldas entre la multitud, con audífonos disfrazados de piel y actitud enfocada, como los rotwaillers. Parecía un entierro.
Todos empujaban hacia el centro, tratando de ver algo en el piso. Curiosamente, no había nadie de la empresa ahí afuera, excepto Doña Flor, que se despeinaba a ritmo de sus fuertes pisadas en el suelo, con lágrimas usando a las pestañas como trampolines. Estaba como loca, y sólo atinaba a preguntar “¿por qué?” entre constantes descargas de llanto, ira y cierta dosis de humor involuntario. Aquello parecía una noticia de último minuto.
Según las formas de llorar, se puede determinar la causa. Y Doña Flor no proyectaba exactamente tristeza, más bien un estado de shock, porque al parecer estuvo justo en el momento de los hechos.
Llega la prensa y empiezan a salir los personajes habituales, brotando entre la multitud, como la espuma del chocolate.
Alberto tenía los ojos demasiado abiertos como para hablar, y el temblor de su mano derecha fue lo suficientemente elocuente como para titubear con certeza; pero sin darnos cuenta nos acercamos un poco más, obligados por una especie de ética y solidaridad. Pudimos huir como quien tiene un minotauro a sus espaldas y enviar una postal desde el extranjero, pero como a Camus le gustaría saber con exactitud de qué se trata este cuadro, nos abrimos más espacio, es decir, alrededor de un centímetro, entre la apretada gente.
El calor me fue mareando un poco, pero alcancé a distinguir un saco negro. A cierta distancia, escucho que Isaac vocea “¡es un cadáver!”, pero al mirarlo a los ojos, me doy cuenta de que está especulando.
Judith, una joven extraña que constantemente habla de sus más de seis pies de novio, resbala en un pequeño charco de lágrimas mientras cuenta la historia y cae sumergida en la tristeza. Su ropa interior ha suplantado el rating del misterioso objeto del saco, las mujeres sonríen con malicia y los hombres miran boquiabiertos.
Aprovecho para adelantar unos pasos y el saco se mueve, reclamando la anterior atención. La gente reacciona y se apresura a recuperar la postura. Decidido, saco la cabeza a la primera fila y me encuentro con Isaac tapándole el sol al saco, mientras dice con el tono más policiaco de los años ochenta: “es él, sin lugar a dudas”. Pero antes de que dirija mi vista al objeto, noto que una gota de sudor de Germania, la administradora, se desliza por su nariz y salta sin paracaídas hacia el único hueco descubierto del saco y del que no alcanza a distinguirse su interior desde mi posición.
Todos empujaban hacia el centro, tratando de ver algo en el piso. Curiosamente, no había nadie de la empresa ahí afuera, excepto Doña Flor, que se despeinaba a ritmo de sus fuertes pisadas en el suelo, con lágrimas usando a las pestañas como trampolines. Estaba como loca, y sólo atinaba a preguntar “¿por qué?” entre constantes descargas de llanto, ira y cierta dosis de humor involuntario. Aquello parecía una noticia de último minuto.
Según las formas de llorar, se puede determinar la causa. Y Doña Flor no proyectaba exactamente tristeza, más bien un estado de shock, porque al parecer estuvo justo en el momento de los hechos.
Llega la prensa y empiezan a salir los personajes habituales, brotando entre la multitud, como la espuma del chocolate.
Alberto tenía los ojos demasiado abiertos como para hablar, y el temblor de su mano derecha fue lo suficientemente elocuente como para titubear con certeza; pero sin darnos cuenta nos acercamos un poco más, obligados por una especie de ética y solidaridad. Pudimos huir como quien tiene un minotauro a sus espaldas y enviar una postal desde el extranjero, pero como a Camus le gustaría saber con exactitud de qué se trata este cuadro, nos abrimos más espacio, es decir, alrededor de un centímetro, entre la apretada gente.
El calor me fue mareando un poco, pero alcancé a distinguir un saco negro. A cierta distancia, escucho que Isaac vocea “¡es un cadáver!”, pero al mirarlo a los ojos, me doy cuenta de que está especulando.
Judith, una joven extraña que constantemente habla de sus más de seis pies de novio, resbala en un pequeño charco de lágrimas mientras cuenta la historia y cae sumergida en la tristeza. Su ropa interior ha suplantado el rating del misterioso objeto del saco, las mujeres sonríen con malicia y los hombres miran boquiabiertos.
Aprovecho para adelantar unos pasos y el saco se mueve, reclamando la anterior atención. La gente reacciona y se apresura a recuperar la postura. Decidido, saco la cabeza a la primera fila y me encuentro con Isaac tapándole el sol al saco, mientras dice con el tono más policiaco de los años ochenta: “es él, sin lugar a dudas”. Pero antes de que dirija mi vista al objeto, noto que una gota de sudor de Germania, la administradora, se desliza por su nariz y salta sin paracaídas hacia el único hueco descubierto del saco y del que no alcanza a distinguirse su interior desde mi posición.
Enc/tierro 1ra. parte
Hoy salimos de casa más temprano que siempre. Respirábamos el humo ilusorio de las mañanas a un lado del mar, entre camiones que hacían temblar el piso gris y el mismo policía repetido muchas veces a lo largo del trayecto.
Admirábamos la posible pureza del aire que respiran los pelícanos, desde el interior de una burbuja superpoblada por smog y algún estornudo involuntario.
Recordamos un instrumental que nunca habíamos escuchado, rodeado de monitores transparentes.
Como pocas veces, en esta ocasión tuvimos la oportunidad de detenernos en cualquier calle, mojarnos los ojos y entablar un monólogo de la música tropical, en contraste con nuestra oreja de turno. Hoy es un raro día.
Empiezo a sospechar de la sinceridad del reloj y consulto a otros cercanos que reafirman la opinión de la pantalla de mi teléfono celular. Llegar temprano un jueves tan caluroso como éste, amerita la duda de que hoy sea sábado, de repente.
Pero no. Y la conformidad de mi rostro celebraba mi exótica puntualidad, moviendo la cadera del cuello, tocando batería sobre el guía de nuestras cuatro gomas más queridas. Cuando entramos al sector, rumbo al destino diario, la gente en las aceras aceleraba su paso, cerca ha ocurrido lo que nunca ocurre en áreas como ésta: un tumulto.
Doblamos en varias esquinas y casualmente, la gente caminaba en coordinación a mis instintos acostumbrados. Isaac tenía razón, algo había ocurrido en la oficina.
Admirábamos la posible pureza del aire que respiran los pelícanos, desde el interior de una burbuja superpoblada por smog y algún estornudo involuntario.
Recordamos un instrumental que nunca habíamos escuchado, rodeado de monitores transparentes.
Como pocas veces, en esta ocasión tuvimos la oportunidad de detenernos en cualquier calle, mojarnos los ojos y entablar un monólogo de la música tropical, en contraste con nuestra oreja de turno. Hoy es un raro día.
Empiezo a sospechar de la sinceridad del reloj y consulto a otros cercanos que reafirman la opinión de la pantalla de mi teléfono celular. Llegar temprano un jueves tan caluroso como éste, amerita la duda de que hoy sea sábado, de repente.
Pero no. Y la conformidad de mi rostro celebraba mi exótica puntualidad, moviendo la cadera del cuello, tocando batería sobre el guía de nuestras cuatro gomas más queridas. Cuando entramos al sector, rumbo al destino diario, la gente en las aceras aceleraba su paso, cerca ha ocurrido lo que nunca ocurre en áreas como ésta: un tumulto.
Doblamos en varias esquinas y casualmente, la gente caminaba en coordinación a mis instintos acostumbrados. Isaac tenía razón, algo había ocurrido en la oficina.
martes, marzo 08, 2005
viernes, marzo 04, 2005
Mayonesa
Un payaso es un pote transparente de mayonesa con frambuesa. Y creo que besar a aquella mujer que se ríe de los chistes del muñeco, es lo mismo que comerse unas galleticas redondas con payaso.
jueves, marzo 03, 2005
Nota
Señora, es un honor que me haya invitado a un café en la sala de su cabeza, porque a través de sus ventanas puedo ver un montón de cosas que incluyen la luna.
Gracias por traerme a colación, cuando la lluvia llueve y el día no es tan claro; no porque se fue el sol, sino porque hoy la noche trabaja horas extras.
Por aquí queda un eco débil -pero consistente- de su desorden capilar y ordenado cerebro.
Le dejo junto al teléfono un condenado abrazo y un asqueroso beso,
con húmedas huellas en el piso de la higiénica sala.
Gracias por traerme a colación, cuando la lluvia llueve y el día no es tan claro; no porque se fue el sol, sino porque hoy la noche trabaja horas extras.
Por aquí queda un eco débil -pero consistente- de su desorden capilar y ordenado cerebro.
Le dejo junto al teléfono un condenado abrazo y un asqueroso beso,
con húmedas huellas en el piso de la higiénica sala.
miércoles, marzo 02, 2005
Razón para tocar puerta
Cuando se escucha un crujir de huesos, es porque él está ahí. Empecé a dar pasos de baile para ver si por el movimiento se cerraba la llave y de repente, sonó otra vez un “¡clack!”, ahora acompañado de un bostezo, por lo cual supe que era su mandíbula.
En medio de la fatal desesperación física, tuve escasos segundos de alegría, porque los hombres, cuando satisfacemos necesidades como éstas, somos culpables de ciertas conductas recurrentes: bostezo, nos acariciamos el pecho, presionamos la palanca con la uña del dedo mayor, subimos el zipper, abotonamos y cerramos la hebilla de la correa. Luego, nos miramos en close up contra el espejo hasta el último detalle, porque no sabemos cuándo será la próxima vez que nos topemos con otro.
Por eso, después de los huesos de su mandíbula, empiezo a imaginarme qué estaría haciendo yo en ese instante, si estuviera del otro lado de la puerta. Lo hago para distraer la mente sin mucho éxito y cada vez mis piernas se parecen más a las alas de una mariposa, que rápidamente se convierte en una violentísima mariposa, aleteando fuertemente, escuchándose el sonido de los jeans con el viento, soltando aire por la nariz, como si estuviera sacando agua del Titanic en medio del pánico.
De repente, suena la manija del lavamanos y ahí me calmo un poco sin darme cuenta, aunque rápidamente empieza el caos.
No voy a tocar la puerta, porque cuando estoy ahí adentro, lo que más odio es precisamente eso. Ese espacio, a pesar de ser público, es lo más privado que tenemos y nadie tiene derecho a molestarnos. Ni siquiera a los presos se les niega esa intimidad; la regla consiste en que nadie los perturbará y ellos no harán ningún plan de escape en el tiempo dedicado a estas acciones. El acuerdo se desarrolla por instinto, naturaleza animal y sucede lo mismo: a nadie se le ocurre molestar.
Sin embargo, el hombre no sale y yo he hablado hasta de las cárceles, la privacidad y los derechos humanos. Parece que se está lavando la cara y ya he empezado a soltar el aire a presión por la nariz y la boca; el sonido es idéntico al del metro de Barcelona, mientras mis manos casi no aguantan las ganas de agarrar el zipper con toda su fuerza. Mi cerebro manda órdenes constantemente de no abrir fuego, pero cada segundo que pasa, va perdiendo autoridad.
El tipo, con toda su calma, agarra una hoja de papel sanitario, se limpia la garganta, seca su cara y empieza a silbar parsimoniosamente.
Ya mi baile se ha convertido en marcha y yo hago la banda sonora con un instrumental inédito de mi única responsabilidad. Ha pasado gente por el pasillo y me ha visto como un símbolo de la desesperación total, como un argentino de principios de siglo XXI, como un trapecista que trabaja con sus dos pies sobre la tierra.
De repente, uno de mis compañeros de trabajo se detiene y empieza a contarme por qué cree que lo van a despedir y que si es por él, se fuera, lo que pasa es que… y cosas así, que no alcancé a escuchar, porque mi prioridad era que esa puerta se abriera para entrar como la luz a ese oasis de concreto y porcelana.
Pero mi compañero se esmeraba en dar detalles y pronto llegó a su vida íntima, a que su familia lo tenía harto y que su padre era un irresponsable y que se había atrevido a decir que su santa madre era una hija de puta y quién sabe cuántas cosas más a las que yo no hacía caso, hasta que el tipo empieza a hablar con cortos terremotos violentos en la garganta y sus ojos se humedecen, se aguan y a llorar se ha dicho.
- Discúlpame si te estoy cansando con esta historia de mierda, yo sé que es molesto.
- No, no, de ninguna manera, yo estoy aquí para escucharte.
- Me da la impresión de que no quieres oírme y que no me has puesto atención.
- Claro que te escucho, dime.
Claro que no lo escuchaba. Sentía que mi cabeza se explotaba porque había estado aguantando el baile por pudor inconsciente. Pero aprovechaba cualquier comentario para hacer un movimiento brusco. Por ejemplo, decía “no tienes que ponerte así” doblando el cuerpo y soltando fuertemente el brazo derecho hacia delante. O decía “¡qué vida ésta!” mientras tiraba hacia atrás la cabeza, pegando la parte trasera de la espalda.
Hasta que no aguanté más y dije “tienes que tomar la vida desde otro punto de vista, goza, que nada es tan importante”, tomando ese dislocado comentario como excusa para bailar con mucho más ímpetu que hace un rato, cuando todavía no había derramado varias gotas ni tenía muy serios problemas de seguridad en la salida, como ahora.
Desde adentro sonó un teléfono celular y el hombre se alegró de hablar con una tal Marta, mientras mi compañero se consolaba a medias con mi baile y yo empezaba a sentir que no tenía salida y que si trataba de ir a otro sitio, me volvería un desastre.
Mi compañero siguió contándome con atención y me pedía que dejara de bailar para continuar, porque “para esto hay que ponerse serios”.
Ya se me están zafando pequeños caños intermitentes y siento que la eternidad recién empieza.
Se escucha la cerradura de la puerta y justo en ese instante llega mi jefe de muy buen humor, nos saluda y el tipo sale (era quien yo pensaba), pero como el jefe vio que yo “escuchaba” las confesiones familiares de mi compañero, dijo “disculpen, pero cuando empiezan las ganas, yo prefiero ir de inmediato, porque si no, se daña la próstata. Y yo no sé muy bien lo que es eso, pero he oído algo de un dedo en donde no es”. Ante mis ojos llenos de lágrimas agarró el manubrio y entró riéndose por su chiste, mientras yo sonreía por cortesía, con una expresión de “no lo puedo creer”.
El jefe puso seguro varios segundos después de entrar y tuve que elegir entre volver descaradamente a aguantar la burla de todos, o enviar mi renuncia por correo electrónico, tiempo después.
En medio de la fatal desesperación física, tuve escasos segundos de alegría, porque los hombres, cuando satisfacemos necesidades como éstas, somos culpables de ciertas conductas recurrentes: bostezo, nos acariciamos el pecho, presionamos la palanca con la uña del dedo mayor, subimos el zipper, abotonamos y cerramos la hebilla de la correa. Luego, nos miramos en close up contra el espejo hasta el último detalle, porque no sabemos cuándo será la próxima vez que nos topemos con otro.
Por eso, después de los huesos de su mandíbula, empiezo a imaginarme qué estaría haciendo yo en ese instante, si estuviera del otro lado de la puerta. Lo hago para distraer la mente sin mucho éxito y cada vez mis piernas se parecen más a las alas de una mariposa, que rápidamente se convierte en una violentísima mariposa, aleteando fuertemente, escuchándose el sonido de los jeans con el viento, soltando aire por la nariz, como si estuviera sacando agua del Titanic en medio del pánico.
De repente, suena la manija del lavamanos y ahí me calmo un poco sin darme cuenta, aunque rápidamente empieza el caos.
No voy a tocar la puerta, porque cuando estoy ahí adentro, lo que más odio es precisamente eso. Ese espacio, a pesar de ser público, es lo más privado que tenemos y nadie tiene derecho a molestarnos. Ni siquiera a los presos se les niega esa intimidad; la regla consiste en que nadie los perturbará y ellos no harán ningún plan de escape en el tiempo dedicado a estas acciones. El acuerdo se desarrolla por instinto, naturaleza animal y sucede lo mismo: a nadie se le ocurre molestar.
Sin embargo, el hombre no sale y yo he hablado hasta de las cárceles, la privacidad y los derechos humanos. Parece que se está lavando la cara y ya he empezado a soltar el aire a presión por la nariz y la boca; el sonido es idéntico al del metro de Barcelona, mientras mis manos casi no aguantan las ganas de agarrar el zipper con toda su fuerza. Mi cerebro manda órdenes constantemente de no abrir fuego, pero cada segundo que pasa, va perdiendo autoridad.
El tipo, con toda su calma, agarra una hoja de papel sanitario, se limpia la garganta, seca su cara y empieza a silbar parsimoniosamente.
Ya mi baile se ha convertido en marcha y yo hago la banda sonora con un instrumental inédito de mi única responsabilidad. Ha pasado gente por el pasillo y me ha visto como un símbolo de la desesperación total, como un argentino de principios de siglo XXI, como un trapecista que trabaja con sus dos pies sobre la tierra.
De repente, uno de mis compañeros de trabajo se detiene y empieza a contarme por qué cree que lo van a despedir y que si es por él, se fuera, lo que pasa es que… y cosas así, que no alcancé a escuchar, porque mi prioridad era que esa puerta se abriera para entrar como la luz a ese oasis de concreto y porcelana.
Pero mi compañero se esmeraba en dar detalles y pronto llegó a su vida íntima, a que su familia lo tenía harto y que su padre era un irresponsable y que se había atrevido a decir que su santa madre era una hija de puta y quién sabe cuántas cosas más a las que yo no hacía caso, hasta que el tipo empieza a hablar con cortos terremotos violentos en la garganta y sus ojos se humedecen, se aguan y a llorar se ha dicho.
- Discúlpame si te estoy cansando con esta historia de mierda, yo sé que es molesto.
- No, no, de ninguna manera, yo estoy aquí para escucharte.
- Me da la impresión de que no quieres oírme y que no me has puesto atención.
- Claro que te escucho, dime.
Claro que no lo escuchaba. Sentía que mi cabeza se explotaba porque había estado aguantando el baile por pudor inconsciente. Pero aprovechaba cualquier comentario para hacer un movimiento brusco. Por ejemplo, decía “no tienes que ponerte así” doblando el cuerpo y soltando fuertemente el brazo derecho hacia delante. O decía “¡qué vida ésta!” mientras tiraba hacia atrás la cabeza, pegando la parte trasera de la espalda.
Hasta que no aguanté más y dije “tienes que tomar la vida desde otro punto de vista, goza, que nada es tan importante”, tomando ese dislocado comentario como excusa para bailar con mucho más ímpetu que hace un rato, cuando todavía no había derramado varias gotas ni tenía muy serios problemas de seguridad en la salida, como ahora.
Desde adentro sonó un teléfono celular y el hombre se alegró de hablar con una tal Marta, mientras mi compañero se consolaba a medias con mi baile y yo empezaba a sentir que no tenía salida y que si trataba de ir a otro sitio, me volvería un desastre.
Mi compañero siguió contándome con atención y me pedía que dejara de bailar para continuar, porque “para esto hay que ponerse serios”.
Ya se me están zafando pequeños caños intermitentes y siento que la eternidad recién empieza.
Se escucha la cerradura de la puerta y justo en ese instante llega mi jefe de muy buen humor, nos saluda y el tipo sale (era quien yo pensaba), pero como el jefe vio que yo “escuchaba” las confesiones familiares de mi compañero, dijo “disculpen, pero cuando empiezan las ganas, yo prefiero ir de inmediato, porque si no, se daña la próstata. Y yo no sé muy bien lo que es eso, pero he oído algo de un dedo en donde no es”. Ante mis ojos llenos de lágrimas agarró el manubrio y entró riéndose por su chiste, mientras yo sonreía por cortesía, con una expresión de “no lo puedo creer”.
El jefe puso seguro varios segundos después de entrar y tuve que elegir entre volver descaradamente a aguantar la burla de todos, o enviar mi renuncia por correo electrónico, tiempo después.
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