jueves, junio 30, 2005
miércoles, junio 29, 2005
Seminario
Al olor de los nombres
A pesar de la moda, Margarita, tu desnudez brotaba como un volcán en medio de exóticos pudores y esa conducta tan introvertida que llamaba la atención. Recuerdo tu silencio, éramos cinco latinos en el seminario, entre cientos de personas que se dividían según su lengua; de lejos se sabía de quién se trataba por colores y gestos que se fundían en amables sonrisas para los morenos de “recreación” que se dejaban ganar de las alemanas al voleibol, para desquitarse de noche en la discoteca.
Tu indiferencia aparente golpeó las débiles aspiraciones, cosa que me agradó bastante, porque yo no dominaba el inglés y los gringos del seminario pudieron haber despertado la curiosidad de tu nacionalidad.
Me contaste que si fueras Dios, hubieras dicho lo de “todos son iguales” como un lamento (o con enojo) y no tuve más remedio que tocar los temas más profundos de tu virginidad.
A pesar de la moda, no sé si recuerdas, Margarita, pude ver desde el principio tus piernas rosarinas, que dejaban fluir el ancho pantalón de espuelas de tela. Entonces mi mano izquierda pisó la pendiente enjabonada y como si no se diera cuenta, se deslizaba suavemente por tus tejidos que se entregaban embriagados al placer narcótico, el olor de la arena y el sonido de la playa que se acoplaba perfectamente con la tranquila mañana. Las aves se encargarían de la voz de alerta y en cualquier momento supe que ya había quedado atrapado en la telaraña de tu cuero cabelludo, seducido por la colonia corporal característica. Además el palco privilegiado para la final de la serie de ausencias de sostén.
Si no respiraras así, entrecortada, en esos momentos tibios de amaneceres, quizás no hubiera apagado la indiferencia histriónica con los botones de tu pecho cada vez más interesado en sumarse a la premonición de éxtasis.
Había brisa, pero sudábamos con sólo imaginar en qué pasaríamos el tiempo los siguientes días de la conferencia y entonces, en ese instante quería vivir todos los ratos juntos de repente y dejó de importarme de una vez por todas la moda, la falda, y volé la puerta de entrada. Recuerdo, Margarita el olor de las palmas y tu mirada desconfiada hacia los alrededores, porque sentías que pecabas de exhibicionista, pero separabas un poco más las piernas cada minuto, disimuladamente. Supuse que el movimiento inconsciente simbolizaba un faro, entonces mis dos manos se lanzaron por la pendiente del muslo que le correspondía a cada una, mientras intercambiaba idiomas con los pliegues de tu cuello, con el descanso digital de tu oreja y el ruido ensordecedor de los botones.
Y esa delicada mano de obra que cubría ahí dentro del calor del pantalón se volvía transparente, tus ojos preferían cerrarse, pero tu rostro miraba hacia arriba, te apoyabas con las dos manos a manera de pedestal.
Pero por más lejos que llegamos esa mañana, no pudimos eliminar a los amigos del seminario y sé que todavía no te explicas para qué otra cosa serviría el guardia turístico, que no fuera quitarnos la concentración. Es cierto, pidió excusas, pero la cosa es como tú dices, no valía la pena que nos protegiera si lo cruel había sido la interrupción de nuestros cuentos. Después de ahí, sólo quedaba mirar tus pies, adornando las modernas chancletas de playa, con mucho mayor elocuencia que la que tuvimos el resto del día. Tres de tus dedos que habían sido abandonados por el entumecimiento, presagiaban que los días continuarían como los imaginábamos, pero este instante no se volvería a repetir. Y mira, que lo intentamos volviendo a la misma hora al bonsái de precipicio, haciendo un pacto con el diablo del guardián; pero tú insistías en que nos veía y tus pies cobraban protagonismo cada mañana, al salir el sol. No se me borra de la mente la imagen como una postal, cada vez que leo la servilleta en la que Rosa te escribió que sólo nos dejaría la habitación disponible después de que ella se levantara. Además, conservo copia de la llave en mi cartera y es un amuleto y me da suerte y seguramente recibiré el lado de tu historia dentro de poco. Es una deuda.
Ilustración: Cándida.
A pesar de la moda, Margarita, tu desnudez brotaba como un volcán en medio de exóticos pudores y esa conducta tan introvertida que llamaba la atención. Recuerdo tu silencio, éramos cinco latinos en el seminario, entre cientos de personas que se dividían según su lengua; de lejos se sabía de quién se trataba por colores y gestos que se fundían en amables sonrisas para los morenos de “recreación” que se dejaban ganar de las alemanas al voleibol, para desquitarse de noche en la discoteca.
Tu indiferencia aparente golpeó las débiles aspiraciones, cosa que me agradó bastante, porque yo no dominaba el inglés y los gringos del seminario pudieron haber despertado la curiosidad de tu nacionalidad.
Me contaste que si fueras Dios, hubieras dicho lo de “todos son iguales” como un lamento (o con enojo) y no tuve más remedio que tocar los temas más profundos de tu virginidad.
A pesar de la moda, no sé si recuerdas, Margarita, pude ver desde el principio tus piernas rosarinas, que dejaban fluir el ancho pantalón de espuelas de tela. Entonces mi mano izquierda pisó la pendiente enjabonada y como si no se diera cuenta, se deslizaba suavemente por tus tejidos que se entregaban embriagados al placer narcótico, el olor de la arena y el sonido de la playa que se acoplaba perfectamente con la tranquila mañana. Las aves se encargarían de la voz de alerta y en cualquier momento supe que ya había quedado atrapado en la telaraña de tu cuero cabelludo, seducido por la colonia corporal característica. Además el palco privilegiado para la final de la serie de ausencias de sostén.
Si no respiraras así, entrecortada, en esos momentos tibios de amaneceres, quizás no hubiera apagado la indiferencia histriónica con los botones de tu pecho cada vez más interesado en sumarse a la premonición de éxtasis.
Había brisa, pero sudábamos con sólo imaginar en qué pasaríamos el tiempo los siguientes días de la conferencia y entonces, en ese instante quería vivir todos los ratos juntos de repente y dejó de importarme de una vez por todas la moda, la falda, y volé la puerta de entrada. Recuerdo, Margarita el olor de las palmas y tu mirada desconfiada hacia los alrededores, porque sentías que pecabas de exhibicionista, pero separabas un poco más las piernas cada minuto, disimuladamente. Supuse que el movimiento inconsciente simbolizaba un faro, entonces mis dos manos se lanzaron por la pendiente del muslo que le correspondía a cada una, mientras intercambiaba idiomas con los pliegues de tu cuello, con el descanso digital de tu oreja y el ruido ensordecedor de los botones.
Y esa delicada mano de obra que cubría ahí dentro del calor del pantalón se volvía transparente, tus ojos preferían cerrarse, pero tu rostro miraba hacia arriba, te apoyabas con las dos manos a manera de pedestal.
Pero por más lejos que llegamos esa mañana, no pudimos eliminar a los amigos del seminario y sé que todavía no te explicas para qué otra cosa serviría el guardia turístico, que no fuera quitarnos la concentración. Es cierto, pidió excusas, pero la cosa es como tú dices, no valía la pena que nos protegiera si lo cruel había sido la interrupción de nuestros cuentos. Después de ahí, sólo quedaba mirar tus pies, adornando las modernas chancletas de playa, con mucho mayor elocuencia que la que tuvimos el resto del día. Tres de tus dedos que habían sido abandonados por el entumecimiento, presagiaban que los días continuarían como los imaginábamos, pero este instante no se volvería a repetir. Y mira, que lo intentamos volviendo a la misma hora al bonsái de precipicio, haciendo un pacto con el diablo del guardián; pero tú insistías en que nos veía y tus pies cobraban protagonismo cada mañana, al salir el sol. No se me borra de la mente la imagen como una postal, cada vez que leo la servilleta en la que Rosa te escribió que sólo nos dejaría la habitación disponible después de que ella se levantara. Además, conservo copia de la llave en mi cartera y es un amuleto y me da suerte y seguramente recibiré el lado de tu historia dentro de poco. Es una deuda.
Ilustración: Cándida.
martes, junio 28, 2005
Piñata
Supe que su nombre era José Miguel, porque un amigo después de despedirse quiso agregar una posdata a su encuentro en la plaza comercial y ya estaban a cierta distancia. En el balcón del segundo piso, acechaban los cuervos. Caminaba como la piel del camaleón, con un expediente manchado por la paz y la suerte.
José Miguel cuando extiende su mano pierde peso y se refleja en las retinas del prójimo como una alcancía rota, disponible.
Sube la escalera eléctrica y los cuervos fabrican la emboscada. Gemelos, se lanzan sobre él desde el fondo de una columna y lo golpean con morbo rabioso, sonriendo, sacando placer de cada próxima cicatriz de la piel blanca de José Miguel, que enrojecía con profundo dolor. Grita, pero nadie oye, excepto yo, que por exótica casualidad, había subido con otras curiosidades. Ellos saben que estoy ahí, pero no les importo. Continúan golpeándolo, el temblor de sus manos despiadadas presienten la muerte.
No aguanto más, la conciencia me traiciona y no puedo seguir aquí parado, mientras la sangre de José Miguel emerge como un secreto por todo su cuerpo. Vi un diente resbalar y ponerse a salvo, a varios centímetros de su desdichado dueño. Con mi deber pendiente, suavemente me quito la camisa y voy hacia las tres sombras traviesas como una avalancha, violentamente, el tiempo se detiene, el aire se corta con un veloz movimiento de mi brazo derecho y los cuervos saltan de alegría, agradecen la complicidad, escondemos el cuerpo casi inmóvil en la profundidad de un rincón oscuro, para conocernos mejor, trago en mano.
Uno de los cuervos se pregunta qué habría sido mejor para José Miguel, en caso de que la vida no le alcance para recuperarse.
José Miguel cuando extiende su mano pierde peso y se refleja en las retinas del prójimo como una alcancía rota, disponible.
Sube la escalera eléctrica y los cuervos fabrican la emboscada. Gemelos, se lanzan sobre él desde el fondo de una columna y lo golpean con morbo rabioso, sonriendo, sacando placer de cada próxima cicatriz de la piel blanca de José Miguel, que enrojecía con profundo dolor. Grita, pero nadie oye, excepto yo, que por exótica casualidad, había subido con otras curiosidades. Ellos saben que estoy ahí, pero no les importo. Continúan golpeándolo, el temblor de sus manos despiadadas presienten la muerte.
No aguanto más, la conciencia me traiciona y no puedo seguir aquí parado, mientras la sangre de José Miguel emerge como un secreto por todo su cuerpo. Vi un diente resbalar y ponerse a salvo, a varios centímetros de su desdichado dueño. Con mi deber pendiente, suavemente me quito la camisa y voy hacia las tres sombras traviesas como una avalancha, violentamente, el tiempo se detiene, el aire se corta con un veloz movimiento de mi brazo derecho y los cuervos saltan de alegría, agradecen la complicidad, escondemos el cuerpo casi inmóvil en la profundidad de un rincón oscuro, para conocernos mejor, trago en mano.
Uno de los cuervos se pregunta qué habría sido mejor para José Miguel, en caso de que la vida no le alcance para recuperarse.
martes, junio 21, 2005
Massielle es una leona
Estoy contentísimo, feliz, porque una amiga queridísima se convirtió ayer en la primera dominicana en ganar un León de Oro en Cannes. Massielle Asencio, creativa de Leo Burnett Puerto Rico, ganó en la categoría de internet un premio que le ha regalado una sonrisa a mucha gente. Estoy orgulloso de ella, me siento súper feliz. Siempre apuesto a ella en el futbol, en beisbol; le he dicho que el cuerpo le queda flaco al corazón. Hoy brindaré por ti, Massielle.
INFO
www.adlatina.com
www.mikezapping.blogspot.com
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jueves, junio 16, 2005
vaChío
Qué vaina, se va Chío. Ayer la despedimos antes de tiempo. Una silla quedará vacía, se escuchará una carcajada menos cada noche, se servirán menos copas de vino. Los abrazos ocurrirán con menos frecuencia, el coro tendrá menos voces, pero el futuro tendrá mejores fotos. Más le vale.
miércoles, junio 15, 2005
lunes, junio 13, 2005
Mecanografía interrumpida
Tocamos las lagunas del pasado confundiendo las partes de los cuerpos. Una muñeca distinta en cada lado, se gira el espectro como una moneda y de repente la cara de ella con el cuerpo de una flaca, la flaca con el cuerpo de ella hasta que terminaba acertando la especie de jackpot que cambiaba la habitación con no sé cuál de los dos cuerpos y alternaba con el casino del hotel. Ropa interior-bikini, playita-cafetería, labios-ombligo. Diseñamos complicados planos arquitectónicos de huellas digitales, demasiado vodka y pocas croquetas en todos los escenarios.
De repente, la diversión empezó a percibirse con límite de tiempo, llegó una sensación de estar en el fondo de algún lugar (un pozo, por ejemplo), las imágenes empezaron a diluirse, los pixeles se deslizaban, se formó una mano que haló todo y desperté. Escuché a mi madre oyendo las noticias, reestrenando los pulmones en esta nueva superficie. Otra vez la rutina me hacía caer en las mismas lagunas en que estuve a sólo un par de pasos y por alguna razón me quedé con la palabra en los dedos.
De repente, la diversión empezó a percibirse con límite de tiempo, llegó una sensación de estar en el fondo de algún lugar (un pozo, por ejemplo), las imágenes empezaron a diluirse, los pixeles se deslizaban, se formó una mano que haló todo y desperté. Escuché a mi madre oyendo las noticias, reestrenando los pulmones en esta nueva superficie. Otra vez la rutina me hacía caer en las mismas lagunas en que estuve a sólo un par de pasos y por alguna razón me quedé con la palabra en los dedos.
miércoles, junio 08, 2005
¡Clap!
El gato mantuvo racha de ocho meses libre de intrusos en la casa que disponía de mayor presupuesto y disposición para comprar comidas de gatos en el barrio. A pesar de sus envidiables siestas, nunca durmió en sus laureles y cuando el ratón entró en puntillas por la sala, el angora de dos años lo identificó como un momento esperado.
Saltó la mitad del camino, el ratón entró debajo de la mesa con las bebidas y por una grieta mira sus posibles escudos, el corazón se agita, sus ojos observan, sus patas se ponen en posición de emergencia.
El gato da fuertes golpes en la mesa, tiemblan las botellas, una pata empieza a caber por la derecha y al ratón le queda poco tiempo, hace ruido por el lado izquierdo, tumba, al parecer una botella, el gato se distrae con el sonido mientras sale disparada la imagen fuera de foco del roedor, que alcanza la salida del patio, el gato lo ve cuando ya está un poco lejos y sale una ráfaga con cinco patas a toda velocidad, rumbo al patio, el ratón trepa una rama, salta y se pasa a la casa del vecino, el gato saca las garras, el ratón se tira, el gato ruge como un león gigante, empieza a imaginar el rostro desfigurado del perseguido, el ratón no tiene tiempo para vanidades, pisa el acelerador, mira la puerta, está cerrada, pero una luz en el pasillo promete ventana, pisa el acelerador detrás de los RATONERA.
Saltó la mitad del camino, el ratón entró debajo de la mesa con las bebidas y por una grieta mira sus posibles escudos, el corazón se agita, sus ojos observan, sus patas se ponen en posición de emergencia.
El gato da fuertes golpes en la mesa, tiemblan las botellas, una pata empieza a caber por la derecha y al ratón le queda poco tiempo, hace ruido por el lado izquierdo, tumba, al parecer una botella, el gato se distrae con el sonido mientras sale disparada la imagen fuera de foco del roedor, que alcanza la salida del patio, el gato lo ve cuando ya está un poco lejos y sale una ráfaga con cinco patas a toda velocidad, rumbo al patio, el ratón trepa una rama, salta y se pasa a la casa del vecino, el gato saca las garras, el ratón se tira, el gato ruge como un león gigante, empieza a imaginar el rostro desfigurado del perseguido, el ratón no tiene tiempo para vanidades, pisa el acelerador, mira la puerta, está cerrada, pero una luz en el pasillo promete ventana, pisa el acelerador detrás de los RATONERA.
jueves, junio 02, 2005
Sorpresas rutinarias
Hemos vivido tantas cosas juntos, Margarita. Vimos las noticias del tsunami, la muerte de una princesa, cambiamos los muebles de lugar, pintamos las habitaciones, al perro le salieron canas y el olor de las flores sigue enroscándose en la cintura de nuestras cabezas los sábados en la mañana. Aunque cada semana parece repetida, no decimos las mismas palabras. La rutina lleva su rumbo paralelo. El domingo soledad. El lunes caos. El jueves te llamo. Siempre un beso distinto en cada encuentro, una oración sorpresa. Hemos vivido tantas cosas juntos, Margarita. Vimos las noticias del tsunami, la vida de una princesa.
miércoles, junio 01, 2005
Uno de junio
Entró por la primera puerta de junio y catorce mayos después llegó por casualidad a la misma noche que yo para saludarnos y esperar al segundo round varios meses más tarde. Subimos al ring y en vez de vencernos, aprendimos a esperar juntos los posibles adversarios. De vez en cuando, un zarpazo al pecho para sentir que estamos vivos y luego pedimos papas fritas y después cada quien a su esquina. Hace poco más de veinte años que esa puerta se abrió, pero nos hemos acostumbrado a perderla en el horizonte. Hemos caminado tanto, que ya me dices tu nombre.
* Pa Re.
* Pa Re.
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