Sólo quedan telarañas de algodón dulce en las esquinas del techo, abejas entre las sábanas, luces apagadas con memoria. Ya no hay habitantes por las tardes, ni pájaros carpinteros en las puertas. Me pregunto dónde habrá caído el encendedor, pero busco un par de piedras en el jardín y hago fuego en el principio de la vida de un chocolate, en sus pies, para recibir el abrazo del oso de las paredes.
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