viernes, diciembre 31, 2004

Minas

Roberto camina con cautela en la oscuridad de la sala. Se agacha, se endereza, se aferra a las paredes, da largos pasos estirando las piernas, se sube sobre las sillas, gana terreno sobre la mesa y se baja esperando lo peor. Cualquier mosaico significa la muerte del futuro, él mismo sembró las minas, pero olvidó los lugares exactos. Es un extraño para sí mismo. Frente a la cocina, se quita la camisa para ir adelantándose a los hechos, cada respiración le suena en el oído como los semáforos de Ciudad México. Ha convertido a la pequeña casa en un peligroso tablero de ajedrez.

En la habitación, la emboscada del destino sufre el riesgo producido por el asalto apasionado de un frecuente sustituto. ¿Qué hacer? Nunca alguien está preparado para un momento así, se reduce la cantidad de pasos considerablemente, así como la energía para mover los pies. Sus ojos se abren más de la cuenta, dilata las pupilas, pero no alcanza a reconocer al impostor.

En ese instante, Roberto nota que había extrañado esa risa embriagada, pero no recuerda desde cuándo. También se da cuenta de que nunca llegaba tan temprano. Agarra una botella de vodka y decide observar comprensivamente.

Le ve desplegar las mismas alas que una vez le hizo conocer el sentido poético de la palabra “mariposa”, con la carcajada habitual del pasado rasgando con uñas las paredes. Entonces Roberto mira con mayor osadía y es él, parecía un espejo recién llegado del pasado. Pero ¿cómo enfrentarse a sí mismo?, la realidad se disfrazó de incertidumbre y aquellos gritos de felicidad ataban la mirada atónita del Roberto actual, que miró un vaso de aluminio y el reflejo de un hombre en el desierto.

Roberto suelta el vaso, pero nadie lo escucha. Abre la mano y aparece en su palma una pequeña nota, con la tinta esparcida por gotas de lágrimas o sudor:

“¿puedes empezar otra vez?”

Casualmente, el placer de la batalla dispara un sonido que se confunde entre un disparo y un pentagrama, Roberto voltea y mira ya que sus pies perdieron el camino transcurrido, hasta que mira de nuevo el papel, y se pregunta si fue él quien lo escribió, aunque ya no importa.

Siempre hay tiempo para renunciar a lo que ahora es imposible. Se para, y con paso decidido se marcha.

En la habitación, quedará la seguridad de que Roberto en cualquier momento volverá, las minas desaparecerán dentro de poco, y ya habrá tiempo para contar otra historia desde el principio.

1 comentario:

Gabriela Mejía dijo...

debe ser dificil enfrentarse a sí mismo.