De repente, una niña tan blanca, que se confundía con el resplandor del sol en las patas plateadas de la silla, con su pelo lacio rotundamente negro, como el contraste entre el café y la taza, que era a su vez, blanca, como la niña que se confundía.
El hermético silencio de la era futura, sólo tenía espacio para las gotas que se despedazaban en el fondo de aluminio de la cocina, suicidio que servía para camuflar el ruido que hacían las cucharas y los platos para acomodarse o tomar otra posición, antes de quedarse estáticos para esperar la próxima mirada de la niña.
Sus ojos, azules como las siete y treinta de la mañana de lunes a viernes sin horarios, miraban atónitos, dando saltos, la presencia de una esponja naranja, desteñida, que había sobre la mesa moderna de estos tiempos. El impulso de observación, responde a que en esta casa no ocurre ni se escucha algo en absoluto y entonces no hay qué hacer ni qué hablar. Pero la curiosidad infantil es uno de los muy pocos detalles que conservan la vida a salvo del olvido. Ahora lo cierto es la programación, y sólo te queda “estar”, como un objeto que hace el papel que le tocó en el guión. ¿Descubrimiento? ¿Degeneración? ¿Casualidad? Nada de eso importa, porque total, nunca estaremos seguros y a nosotros lo que nos compete es escribir estos momentos fuera de sistema, por si acaso sirven para algo, no sé… algún antecedente, prueba o señal de auxilio.
El caso es que la cosa es así: la niña observa la esponja con un drama increíble. Tanto, que se acerca a la mesa y de inmediato empieza a botar agua cristalina por los poros.
El silencio es casi ensordecedor y el derrame de agua corta ese pito maldito con una gracia que contiene dosis de todas las sensaciones positivas conocidas, y eso le produce un placer que la ha devuelto a la vida entre mareos y sonrisas y risas. Entonces, no puede creer que se está riendo y eso le produce más placer, hasta que pronto empieza a reírse a carcajadas, plena, llena de ese extraño mareo que le hace deformar las cosas y creer que las cucharas la saludan, que el sonido de la gotera es una contagiosa música, y que las gotas, al chocar con el aluminio no se mueren; se reproducen.
Y ésta modernísima casa que siempre ha sido más aburrida que el significado mismo de la palabra “aburrido”, de repente se convierte en un templo del placer y sus poros se abren más y empieza a derramar más y más agua, pero se da cuenta de algo. La esponja, con el agua, ha crecido, y mientras más líquido le llega a sus pies, más crece.
La niña se siente orgullosa y su cuerpo derrama menos cantidad de agua, (pero sigue sin parar) y la esponja sigue creciendo. Entonces la sonrisa se va desvaneciendo, porque comienza a pensar en qué pasaría si la esponja creciera demasiado y el agua empieza a teñirse ligeramente, con la llegada de tal preocupación.
Poco a poco se va recuperando el caudal que tenía al principio, hay agua por todas partes, hasta en la habitación de sus padres que llegarán muertos del cansancio y quizás ni se darán cuenta de que parecerán peces en su propia casa, y si precisamente hoy recuerdan darle las buenas noches a la niña, de todas formas ella no les escucharía, porque habría en el medio una gigantesca esponja que lo absorbe todo.
Así como crece el problema, crece la cantidad de agua, de tinte y crece la esponja. Cada vez el agua sale más teñida y ahora parece jugo de tamarindo. Ella se escandaliza con el color sucio que brota de ella y además sabe que será la única vez que ocurrirá eso en la historia y no sabe hacerse responsable de tanta cosa, entonces sigue derramando líquido y la esponja crece cada segundo más.
Ya la moderna casa es un verdadero desastre y la esponja deja cada vez menos espacio para que la niña salga y quizás no le de el tiempo para encontrar la puerta. Ella se decide tarde y corre por los estrechos pasillos que quedan entre todos los muebles de la casa, la pared y la esponja, empieza a llorar desesperada, pero no grita ni hace intentos de llamar a alguien, porque sabe que nadie vendrá. Después de la era tecnológica, se reivindican los hechos a través de la telepatía y no tienes que llegar hasta la taza de café, para tomar café.
Precisamente esa taza se estrella con una fuerza feroz contra la pared y la niña ni siquiera alcanza a ver el estallido, porque la esponja cubrió rápidamente el espacio de explosión, tragándose los vidrios, y sobre todo, el café.
Ahora la niña está presionada contra la pared y no puede ni mover las cejas. Cuando respira, inhala agua teñida y en su mente sólo queda espacio para escuchar al monstruoso sonido de una cantidad indescriptible de agua que corría con fuerza a través de la esponja, presionando la hermética moderna casa hacia fuera. Cuando quiere gritar, ya es demasiado tarde, la niña no se comprende ni siquiera a sí misma.
La esponja se ha adherido a la pared, sin respetar la ley física. En unas horas, ocupó el mismo lugar de decenas de cuerpos, después de crecer ante unos atónitos ojos inocentes.
Cuando llegaron sus padres, todo había desaparecido. Sólo quedaba la casa, sin esponja, sin tazas de café, sin la niña y el sol iluminaba por completo los grises, el blanco y el negro.
No se dieron cuenta de lo que había pasado y hasta llegaron a pensar que recién se estaban mudando a ese lugar que les parecía tan conocido, y que se estaban volviendo locos, porque no sabían dónde habían dejado el equipaje. Un zapatito negro extrañó a la niña.
Ahora lo único que se me ocurre pensar es que quizás Kubrick puede decirme quién rayos era yo.
3 comentarios:
como dejar de ser tu fan #1 cuando escribes de esta manera.
No te puedes ni imaginar la sensación que me ha causado tu casa de la esponja. Quién no se ha sentido como la niña en algun momento de su vida, yo vivo a diario esos momentos de risa y carcajada y también los que el agua me asfixia de repente, a veces hasta al mismo tiempo.
Janieta usted es un duro cuando yo escriba mi libro te voya contratar para que me lo corrijas.
no tengo ningún comentario ;o)
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