Es imposible ver a un tipo llamado Isaac con una Laura. Eso dijo Moisés, cuando pensé que habíamos agotado todos los temas y apenas empezaba el día. Sostuvo que la vida es una operación matemática perfecta y ese tipo de contradicciones no son posibles. Naturalmente, la conversación se había convertido en un reto. Agregó que los nombres tienen distintos espectros y se adaptan de manera diferente a cada clase económica.
Moisés siempre hace juicios mecánicos de cosas tan poco lógicas como la vida, dándole un carácter premeditado a la espontaneidad. Supo encender la curiosidad preguntándome por qué los nombres siempre le sientan bien a quienes los portan.
Aunque después de todo, nadie explica por qué los nombres siempre le sientan bien a su dueño y a veces hasta notamos que un rostro no le va a su nombre. Pero no quería permitir que mi amigo y sus cuatro botellas de cerveza convirtieran esa idea en una verdad absoluta, sobre todo cuando amenazó con publicarla. La situación era evidente: Moisés se había vuelto loco y su falta de cordura se transformaba rápidamente en una enfermedad contagiosa.
Le dije que le probaría lo contrario y la primera Laura que llegó a mi mente, fue mi prima, sobrina de mi padre, casada con un francés llamado Julian (con la debida pronunciación del país europeo. Según Moisés, si se tratara de un vulgar “Julián”, Laura no sería su esposa).
El objetivo era difícil. Laura ya no es tan simpática como antes y es probable que no acepte prestarse para el experimento. Aparte de ella, no encontré ni siquiera una cantante famosa con su nombre y Moisés no perdió tiempo en decir que “si estás con alguien que se llama Isaac, desaparecen las lauras de tu memoria”. Así que llamé a mi prima como se llama al número de emergencias. Nadie respondió.
No había otro remedio que no fuera el de llamar a mi amiga más atrevida y disfrazarla de Laura.
Llamé a Rosa. Por primera vez en años, la pelirroja apareció después de siete dígitos. No sé si Moisés diría que las rosas aparecen si llamas junto a Isaac, y yo empezaba a ponerme nervioso. Aceptó la aventura y nos juntamos todos en un restaurant frente al mar.
Un mal presentimiento se puso la ropa del destino cuando Isaac tardó varias horas para llegar. Rosa casi tenía que irse, y él se acercó a saludarla, tumbó una copa de vino que cayó sobre la camisa blanca de nuestra amiga.
Isaac, empezó a reírse, Rosa exigió una disculpa, Isaac dijo que no se pedía perdón por los accidentes, se cayeron mal, Rosa me pidió que la llevara a casa a cambiarse y aunque la esperamos sentados en la acera, se nos marchitó el deseo.
Vi el gesto complacido en el rostro de Moisés y no hizo falta que me dijera “te lo dije”. Tratando de persuadirlo, me engañé dos veces. Isaac y yo nos culpábamos mutuamente, preguntándonos por qué carajos le hicimos caso a un tipo llamado Moisés.
6 comentarios:
No sé si pasó o no pasó, pero con un Isaac en la historia creo que es más que posible. Me podías llamar y yo hacía de Laura, aunque no me pega...demonios, estoy de acuerdo con Moisés?!
¿Y por qué no me llamaste a mi? Yo si soy Laura.
Jajajaj. Es que cuando escribí el cuento, no te conocía, Laurita. A Renny no le pega. Laurita, ¿dónde te has metido?
Me pasé todo el fin de semana buscándote y no te encontré. Donde te metiste tu?
Ay Rosa.....pues si.
Mr. Donny, bienvenido al blog. Espero que siga frecuentando. Gracias por darle seguimiento a mi comentario en su blog. Aquí no he hablado ni hablaré de la plaza, así que ojalá le guste alguno de los muchísimos post que me faltan por poner este año.
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