Señora, es un honor que me haya invitado a un café en la sala de su cabeza, porque a través de sus ventanas puedo ver un montón de satélites.
Gracias por traerme a colación, cuando la lluvia llueve y el día no es tan claro porque hoy la noche trabaja horas extras.
Por aquí queda un eco débil -pero consistente- de su desorden capilar y ordenado cerebro. Le dejo junto al teléfono un condenado abrazo y un asqueroso beso, con húmedas huellas en el piso de la higiénica sala.
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