“El diario en las manos, es un estremecimiento el cuerpo que lee. Ávidos ojos que lo han visto ya todo, vuelan mejor sobre la página trece. Pero el diario se resiste y los dedos retienen la saliva: hay como un chasquido de ensayo para despegar los pliegues. No los ojos; a ciegas las manos olfatean el obituario: primero, los nombres; luego, tembloroso, el apellido materno y el paterno. Entonces, aquel bastardo lee su propia muerte y muere”
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