Su disco "Jajajajajá" reúne culturas en la canción.
Conocí a Vicente cuando era un joven fantasma con una mano (la otra funcionaba como gancho para sostener el estuche de la guitarra), y aunque era menor de edad, de inmediato supe que era un viejo trovador. Me invitó a cantar una canción que nunca cantamos, y de amigo en amigo, terminamos siendo hermanos. Fui conociendo sus canciones, su proceso creativo, me iba metiendo en su mundo, y ya en la presentación de su primer disco, "Artesano", vi en primera fila el nacimiento de un cantautor culto, interesante, sensible y con sentido del humor.
Y rápidamente Vicente encontró a Vicente. Claro, con la ayuda decisiva del desamor, de Yupanqui, de botellas de ron, del maestro Ordóñez, de muchachas complicadas, Chico Buarque, Víctor Jara y El Terror. Cada cierto tiempo lo asaltan, le roban sus teléfonos y al menos las prostitutas del malecón lo dejaron conservar su guitarra, saliendo de un colmado al que invadió a punta de canción, una madrugada cualquiera.
Sentí la necesidad de compartir lo que observaba y busqué entre amigos a quienes les divertiría esa cosa rara que ya desarrollaba Vicente, entre tango, bolero, bachata, trova, ese nacer en Chile, crecer aquí, volver allá, volver aquí, nacer aquí, crecer después... y al revés.
Sus ya varios cuadernos llenos de una irregular caligrafía expulsan una difícil selección de nueve canciones que empiezan con el dulce "cuando hablo de ti, hablo de las cosas ventana y cristal", porque la simbología, la ternura y el humor negro son los colores de su piel, rozando a menudo el absurdo, porque las palabras son sus notas musicales, mientras la música es su forma de escribir.
Aparece el poeta, chofer, contador, su pequeño computador, el doctor, el sol, la canción, en fin, todas las herramientas con las que nos cuenta que "todo es comienzo, y todo es común", acompañado por una agradable línea de bajo y sorpresas de elementos cotidianos, como bocinas (fingidas por los instrumentos), cortes, hasta llevarnos a subir de tono y dejarnos arriba para recibir su primera bachata.
"La Bachata del Vigilante" es la que revela con mayor claridad la presencia e influencia del maestro Juan Francisco Ordóñez en la banda. Aparecen guiños a la trova cubana, a Víctor Víctor, por supuesto a Luis Días, sin tratar de imitar a "Mi Guachimán"; este es un "vigilante" chileno sentado en la miseria criolla.
Entonces, nos encontramos a "Vienen", la única canción que existe en los dos discos del cantautor. Con divertidas imágenes, como los "hechizos de mantel", sobre los que Vicente me contaba que antes, con su característica curiosidad, trataba de sacar el mantel de la mesa, sin mover los platos. La primera vez que se rompieron todos, apareció el verso inspirador de esta canción. Porque los momentos son sus escuelas y universidades: a menudo escapaba del colegio para irse con alguien a aprender acordes.
"Vienen" nos cuenta una serie de convicciones de gente mayor, que Vicente tuvo desde muy pequeño. Y usando la melancolía como anestesia, cuestiona la verdad, a Dios, el paso del tiempo, advirtiendo que pronto saldrá el sol y con él amanecerá también la mentira y los matices que colorean cada día, cada vida.
Luego entra la más contagiosa, cruel y absurda al mismo tiempo: "A los Ojos". En una progresión un poco más oscura que las anteriores, ritmo caliente, aparecen disparos con despecho como "mi corazón es un reflejo donde tú ya sobras", pero también "tu boca, tu boca en mi bicicleta", como burlándose un poco de quien busca descifrar algo cuando lo miran a los ojos.
Después de ese mareo entra el bolero. Simple, romántico, melódico, el violín nos pasea por épocas, por ciudades, por imágenes sepia, mientras el resto de la banda baila en un salón en puntillas, dejando protagonismo a la voz.
Y por fin, llega mi favorita, "Súfreme con Imaginación". Confieso que me gustaría ser su autor. Porque ya lo dijo el poeta Nan, "no se puede cambiar el pasado, sino el punto de vista con que se mire", y Vicente sugiere con feelin' y misterio "súfreme con imaginación, canta este tango, querida, que es nuestra única salida". Sin duda, una canción seductora, violenta, agradable, pícara, en la que aparecen -a mi juicio- las mejores frases del disco; "a veces no sirve ningún poema, para decir Dios, dicen amor y no es tan bestia el corazón de todos".
Habla de la guerra del corazón, de la vieja escuela, de olvidar el sufrimiento de la caída y morir por otra vida. Recuerda que puede morir en otra alma y que el final, mientras esté vivo, lo podría decidir él.
La recta final del disco arranca con "Tiernas Promesas", la más larga y artesanal, de lenta melodía, con un sentido violín que emociona al final con un repetitivo "canto" que agotaría el hombro del músico más corpulento, pero que se pone a la medida la ropa más tierna. Regresa a su lado más romántico e ingenuo.
Empieza a despedirse cantándonos qué significa "Ser del Sur", se explica a sí mismo, deja claro que su música es el cordón umbilical que lo mantiene atado a su origen. Por supuesto, entran Jara y la Violeta, decreta que el sur está dentro de todos, se pregunta quién es, quién fue y quién no será.
Y cierra con teatro, cabaret y sentido del humor, en Jajajajajá. Traté de convencerlo de que sobra el acento, pero cómo lograrlo en la más irreverente del disco, en la que pone su nombre y actitud. "En la calle, codo a codo, somos mucho más que codos", "y si de pronto dormimos, explota el mundo", "pero el alma guardada siempre en el baúl". Entonces, entra una risa nerviosa, rara, loca. Escucharla es como caminar por su espacio más psicopático.
Es raro, porque es el disco de un jovencito que no es moderno. Pero no es tan viejo como para ser anticuado. Es uniforme, pero tiene sorpresa, sube un escalón, nos da la razón para pensar que Cifuentes evoluciona, que el tiempo pasa y él crece, aprendiendo qué no quiere ser y tratando de descubrir hacia dónde va su mundo con tanta prisa.
Vicente ha vivido mucho en poco tiempo y ya sabe reírse de sí mismo.
Jajajajajá digo y siento, escucho lo que siempre: Vicente... Y AL REVÉS.
Conocí a Vicente cuando era un joven fantasma con una mano (la otra funcionaba como gancho para sostener el estuche de la guitarra), y aunque era menor de edad, de inmediato supe que era un viejo trovador. Me invitó a cantar una canción que nunca cantamos, y de amigo en amigo, terminamos siendo hermanos. Fui conociendo sus canciones, su proceso creativo, me iba metiendo en su mundo, y ya en la presentación de su primer disco, "Artesano", vi en primera fila el nacimiento de un cantautor culto, interesante, sensible y con sentido del humor.
Y rápidamente Vicente encontró a Vicente. Claro, con la ayuda decisiva del desamor, de Yupanqui, de botellas de ron, del maestro Ordóñez, de muchachas complicadas, Chico Buarque, Víctor Jara y El Terror. Cada cierto tiempo lo asaltan, le roban sus teléfonos y al menos las prostitutas del malecón lo dejaron conservar su guitarra, saliendo de un colmado al que invadió a punta de canción, una madrugada cualquiera.
Sentí la necesidad de compartir lo que observaba y busqué entre amigos a quienes les divertiría esa cosa rara que ya desarrollaba Vicente, entre tango, bolero, bachata, trova, ese nacer en Chile, crecer aquí, volver allá, volver aquí, nacer aquí, crecer después... y al revés.
Sus ya varios cuadernos llenos de una irregular caligrafía expulsan una difícil selección de nueve canciones que empiezan con el dulce "cuando hablo de ti, hablo de las cosas ventana y cristal", porque la simbología, la ternura y el humor negro son los colores de su piel, rozando a menudo el absurdo, porque las palabras son sus notas musicales, mientras la música es su forma de escribir.
Aparece el poeta, chofer, contador, su pequeño computador, el doctor, el sol, la canción, en fin, todas las herramientas con las que nos cuenta que "todo es comienzo, y todo es común", acompañado por una agradable línea de bajo y sorpresas de elementos cotidianos, como bocinas (fingidas por los instrumentos), cortes, hasta llevarnos a subir de tono y dejarnos arriba para recibir su primera bachata.
"La Bachata del Vigilante" es la que revela con mayor claridad la presencia e influencia del maestro Juan Francisco Ordóñez en la banda. Aparecen guiños a la trova cubana, a Víctor Víctor, por supuesto a Luis Días, sin tratar de imitar a "Mi Guachimán"; este es un "vigilante" chileno sentado en la miseria criolla.
Entonces, nos encontramos a "Vienen", la única canción que existe en los dos discos del cantautor. Con divertidas imágenes, como los "hechizos de mantel", sobre los que Vicente me contaba que antes, con su característica curiosidad, trataba de sacar el mantel de la mesa, sin mover los platos. La primera vez que se rompieron todos, apareció el verso inspirador de esta canción. Porque los momentos son sus escuelas y universidades: a menudo escapaba del colegio para irse con alguien a aprender acordes.
"Vienen" nos cuenta una serie de convicciones de gente mayor, que Vicente tuvo desde muy pequeño. Y usando la melancolía como anestesia, cuestiona la verdad, a Dios, el paso del tiempo, advirtiendo que pronto saldrá el sol y con él amanecerá también la mentira y los matices que colorean cada día, cada vida.
Luego entra la más contagiosa, cruel y absurda al mismo tiempo: "A los Ojos". En una progresión un poco más oscura que las anteriores, ritmo caliente, aparecen disparos con despecho como "mi corazón es un reflejo donde tú ya sobras", pero también "tu boca, tu boca en mi bicicleta", como burlándose un poco de quien busca descifrar algo cuando lo miran a los ojos.
Después de ese mareo entra el bolero. Simple, romántico, melódico, el violín nos pasea por épocas, por ciudades, por imágenes sepia, mientras el resto de la banda baila en un salón en puntillas, dejando protagonismo a la voz.
Y por fin, llega mi favorita, "Súfreme con Imaginación". Confieso que me gustaría ser su autor. Porque ya lo dijo el poeta Nan, "no se puede cambiar el pasado, sino el punto de vista con que se mire", y Vicente sugiere con feelin' y misterio "súfreme con imaginación, canta este tango, querida, que es nuestra única salida". Sin duda, una canción seductora, violenta, agradable, pícara, en la que aparecen -a mi juicio- las mejores frases del disco; "a veces no sirve ningún poema, para decir Dios, dicen amor y no es tan bestia el corazón de todos".
Habla de la guerra del corazón, de la vieja escuela, de olvidar el sufrimiento de la caída y morir por otra vida. Recuerda que puede morir en otra alma y que el final, mientras esté vivo, lo podría decidir él.
La recta final del disco arranca con "Tiernas Promesas", la más larga y artesanal, de lenta melodía, con un sentido violín que emociona al final con un repetitivo "canto" que agotaría el hombro del músico más corpulento, pero que se pone a la medida la ropa más tierna. Regresa a su lado más romántico e ingenuo.
Empieza a despedirse cantándonos qué significa "Ser del Sur", se explica a sí mismo, deja claro que su música es el cordón umbilical que lo mantiene atado a su origen. Por supuesto, entran Jara y la Violeta, decreta que el sur está dentro de todos, se pregunta quién es, quién fue y quién no será.
Y cierra con teatro, cabaret y sentido del humor, en Jajajajajá. Traté de convencerlo de que sobra el acento, pero cómo lograrlo en la más irreverente del disco, en la que pone su nombre y actitud. "En la calle, codo a codo, somos mucho más que codos", "y si de pronto dormimos, explota el mundo", "pero el alma guardada siempre en el baúl". Entonces, entra una risa nerviosa, rara, loca. Escucharla es como caminar por su espacio más psicopático.
Es raro, porque es el disco de un jovencito que no es moderno. Pero no es tan viejo como para ser anticuado. Es uniforme, pero tiene sorpresa, sube un escalón, nos da la razón para pensar que Cifuentes evoluciona, que el tiempo pasa y él crece, aprendiendo qué no quiere ser y tratando de descubrir hacia dónde va su mundo con tanta prisa.
Vicente ha vivido mucho en poco tiempo y ya sabe reírse de sí mismo.
Jajajajajá digo y siento, escucho lo que siempre: Vicente... Y AL REVÉS.
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