Afuera la hija del vecino se besuqueaba en el carro de algún novio. En estos tiempos, la gente se pregunta el nombre al levantarse de la cama. Adentro, el calor esquivaba el frío acondicionado y el flash abrasador de los trenes que interrumpían la sincronía del idioma para abrir espacio a las tonterías oportunas. De lejos, las siluetas gesticulaban con dulzura.
El carro ronroneaba como los gatos y en el interior de su panza, las palabras cambiaron tanto de labios que ahora no sé quién está escribiendo esta foto, o si salió por la radio del guachimán, o fue el ladrido del perro realengo.
Es tarde y por eso estamos aquí, pero es temprano para irse, el sudor llama, el cuerpo responde. Afuera, la muchachita sigue allí, adentro la mujer se dejó morder, lamer, desear.
Su pecho se mantuvo a mano, las ganas en la punta de la lengua, algunos sueños se hicieron realidad a la fuerza y se tiraron por un tobogán de fresas con mermelada y montañas rusas.
El guachimán buscaba una posición más discreta y el perro no lo entendió. Su último ladrido sacó a la mujer del carro y la llevó a su habitación. La vecina envidió a la hija del vecino hasta que todos nos fuimos a dormir. Su marido ni sospecha que algo ocurre y celebra que Mike Tyson quiere una revancha.
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