El pez empieza a dar vueltas en la pecera y cree que ha emprendido un largo viaje. El agua gira en remolino, las imágenes se deforman y los rostros alargados de los pobladores de la casa le dan la bienvenida al pez extranjero, que sube a comer con la misma confianza que en sus playas. Claro, las voces también se deforman y su instinto ha tenido que aprender a hablar un nuevo idioma; cada vez que viaja a este país la gente dice lo mismo antes de la comida. No hay tanta diferencia cultural, es ante todo, de formas. Podría nadar contracorriente para ir de regreso a casa, pero el mundo es redondo con un hueco de pecera, y él le da la vuelta durmiendo la siesta. Cuando despierta, mareado en su rincón, sólo espera el desayuno para emprender una nueva aventura.
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