jueves, agosto 18, 2005

Algunos maestros

Free Image Hosting at www.ImageShack.us


Encontré esta foto con un grupo de caballeros notables. Ahí están varios de los mejores guitarristas de la historia. ¿A quiénes reconoces? con esa ropa sé que es un poquito más difícil.

Plural

Afuera la hija del vecino se besuqueaba en el carro de algún novio. En estos tiempos, la gente se pregunta el nombre al levantarse de la cama. Adentro, el calor esquivaba el frío acondicionado y el flash abrasador de los trenes que interrumpían la sincronía del idioma para abrir espacio a las tonterías oportunas. De lejos, las siluetas gesticulaban con dulzura.

El carro ronroneaba como los gatos y en el interior de su panza, las palabras cambiaron tanto de labios que ahora no sé quién está escribiendo esta foto, o si salió por la radio del guachimán, o fue el ladrido del perro realengo.

Es tarde y por eso estamos aquí, pero es temprano para irse, el sudor llama, el cuerpo responde. Afuera, la muchachita sigue allí, adentro la mujer se dejó morder, lamer, desear.

Su pecho se mantuvo a mano, las ganas en la punta de la lengua, algunos sueños se hicieron realidad a la fuerza y se tiraron por un tobogán de fresas con mermelada y montañas rusas.

El guachimán buscaba una posición más discreta y el perro no lo entendió. Su último ladrido sacó a la mujer del carro y la llevó a su habitación. La vecina envidió a la hija del vecino hasta que todos nos fuimos a dormir. Su marido ni sospecha que algo ocurre y celebra que Mike Tyson quiere una revancha.

martes, agosto 16, 2005

Silencio temporal

Sí, estoy cada vez más callado a juzgar por la cantidad de textos que subo a la semana, en comparación con varios meses atrás. Les cuento que el silencio no ha sido en vano, por ahí viene un par de publicaciones y alguna cosa musical. Empezaré a dar detalles desde que el asunto esté un poco más avanzado, para no parecer un suero de miel de abeja.

Además, pondré textos en cualquier momento. Estuve revisando cosas viejas y encontré algunas cosas. Lo nuevo todavía está demasiado crudo. Y... nada, no sé, mucha suerte pa' ustedes.

miércoles, agosto 10, 2005

Torre de Control

- ¿Me llamó alguien hoy?
- Sí, Mariana.
- Si llama de nuevo dile que no estoy.

Debo buscar una explicación a los errores que quizás cometa. El hombre se lleva una taza de café a la boca en la torre de control. Los tiempos han cambiado; los hombres, no.

Nadie más está ahí dentro al momento del despegue, son las diez de la mañana y tiene que salir como todos los días. No le debe nada a los años sesenta, porque de todas formas habríamos salido de la atmósfera. Enciende un cigarro sobre el tablero irrompible, mientras le pide un minuto a Apollo, su hijo menor, que espera pacientemente en el celular, dejándolo pronunciar la cuenta regresiva.

El piloto hace una broma y empieza a gritar distintos números para confundirlo, se ríen y el hombre dice “cero” cuando le da la gana. De repente, la azafata de la torre, con un té de limón y un pequeño pedazo de tela sobre su cuerpo, se acerca al coordinador.

Un par de yardas de piel que no estaban previstas provocan un evidente terremoto en el té sostenido por la mano del hombre, que ha olvidado sus labores diarias y a Apollo, que se cansó de esperar.

Pero la eficiente camarera dio la espalda y siguió su trabajo en otras oficinas. El hombre piensa y busca un par de teléfonos. Marisela murió y la tachó con su lapicero. Siente remordimiento durante dos minutos y luego cree que no tiene que conformarse con un estrecho cementerio de números, así que elabora un plan que va desde ecuaciones físicas hasta el próximo té, para que esta vez tiemble sobre la bandeja. El hombre ha terminado sus labores diarias.

- ¿quién me llamó?
- Mariana. Dijo que no volverá a llamar nunca.
- Qué bueno.

Ahora el viaje de Mariana importa menos. Todo importa menos. Se tapa los ojos con una taza de té o un pequeño pedazo de tela y juega a ver el sol a través de las cosas.

Al día siguiente, la azafata lleva un plato vacío, y muy cerca de él, desliza su lengua sobre la porcelana hasta humedecerla y la estrella contra su boca. El no entiende, trata de acercarse y ella da la espalda. Había puesto su renuncia ante los encargados, porque quería estudiar más veces a la semana. El hombre le pone la mano en el hombro y ella se aleja dos pasos más.

- Tiene un minuto para decir la única oración que puede hacerme suya.

El hombre sintió que era la última oportunidad de su vida, pero no alcanzaba a mirarla a los ojos, ni siquiera en algún reflejo. Pensó en el futuro, trató de entender la posible necesidad del oído de la joven, preparó una actuación desinteresada, pero estaba prácticamente entumecido. Entonces, en la persecución de tal vanidad, sólo tuvo tiempo para inventar una palabra. Y nunca más volvieron a verse.

Va como siempre donde la secretaria.

- ¿Cómo se llamaba la camarera?
- Usted conoce las restricciones de seguridad, señor.
- Y conozco las excepciones.
- Lo lamento, señor.
- ¿No dejó ningún mensaje?
- No.

martes, agosto 09, 2005

El (Yo)

Doña Venecia vino el mes pasado con lo mismo: siente que las flores le abren paso en el jardín con temor a ser alcanzadas por algún pedazo de su vestido. Aprovecho las horas posteriores a su visita para perder el control de las comisuras de mi vista, tras decirle lo que siento por el tipo que aparece en la ventana del lavamanos y me mira con cierto desprecio.

Quise cambiar mi biografía por la de un Jesucristo en el Monte Gólgota, comparándolo con esta discriminación disimulada, silenciosa, que lo único que me dejaba era ganas de huir a no sé dónde. Quise cambiar de siglo, retocar las fotos del futuro, empezar a vivir de nuevo.

En la mesa, dos libras de dieta. Afuera la compasión, la pena. Adentro, emprendí contra el hombre del espejo, que hablaba de mí a mis espaldas.

Me fui cansando. El peso de la paranoia, la búsqueda infructuosa de vanidad, saberse invisible ante diminutas piezas de tela que adornan los parques y los patines, sacaron al sol mis ganas de matar a ese desgraciado que me espera temprano, como siempre en el lavamanos, pero esta vez con el rostro desfigurado por mis propias manos.

Entonces, metido en ese laberinto de enfrentamientos internos, las horas me deformaron hasta convertir cada centímetro en un infinito universo de aserrín, mientras yo atravesaba la difícil metamorfosis para llegar a ser una aguja en cualquier parte de millones de kilómetros de paja.



2000.

viernes, agosto 05, 2005

Perfecto

Definitivamente, soy un tipo perfectp.