viernes, noviembre 30, 2007

Yo en La Bolera

El próximo miércoles 5 de diciembre, tocaré en Split Café (La Bolera), con mis cómplices habituales: el multiGrammy Allan Leschhörn, Karel Kalaf, J.M. Collins, Ely Vásquez y Oliver Domínguez. Será muy especial, dedicado a mi querido hermano Héctor Toribio, que se nos ha ido antes de tiempo y seguramente estará con nosotros celebrando su cumple desde el cielo. Llevamos rato ensayando, así que exijo la presencia de todo el que está copiado en este email. Nos vemos allá.

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viernes, noviembre 16, 2007

El Mayordomo

Hace mucho escribí un cuento llamado "El Mayordomo". Siempre me gustó el suspenso con humor marrón que hay en este cuento y como ahora estoy más loco que siempre, grabé una adaptación a verso. Debo dar gracias a los músicos que pusieron sus manos al servicio de la canción totalmente gratis. El multigrammy Allan Leschhörn hizo los veloces arreglos y grabó las guitarras a las dos de la mañana, antes de irse a Las Vegas. Oliver Domínguez tocó el bajo y fue co-productor e ingeniero de sonido, además de hacer la mezcla. Luego de incomodarnos con el robot que trataba de imitar una batería, llamamos a Ely bajo las lluvias de la tormentosa tormenta Noel y éste fue desde temprano a colorear la canción. El Poeta desafinó de manera exquisita en un verso y luego hizo la voz del señor del hotel, al final; María Graciela tocó algunas palmas. Ahí va:


www.myspace.com/oyeajanio



El Mayordomo

Dejó su última huella digital en la bóveda, en complicidad con el encargado. La decisión fue ésta: harán recorridos opuestos, es decir, el encargado subirá por los pueblos de la frontera, mientras que Él recorrerá por el centro de la isla, hasta encontrarse en un aeropuerto del norte. El escándalo empezará dentro de tres días, la tarde anterior al vuelo, luego se encontrarán en un aeropuerto clandestino cerca de la costa y se irán sin regreso.

Se lanzan a la carretera como sublevándose, y Él no volverá a saber del encargado hasta que lo vea dentro de tres días. Le tocó llevarse el maletín, por ser el de más bajo perfil y llega a un modesto hotel en el que había reservado habitación el día anterior, vía telefónica. Allí le atienden unos señores con ciertos modales paternales y el lugar tiene una ligera ambientación familiar. Incluso, los dueños se han permitido portarretratos y títulos universitarios de sus hijos en la decoración.

Su viaje hacia el pequeño poblado se caracterizó por un auténtico diluvio, que aunque sirvió de camuflaje, fue lo suficientemente agotador como para evitar conversaciones fuera de lo estrictamente necesario, y se fue a dormir.

Los señores lo llevan a la habitación, pero se despiden. Apaga la luz y cuando Morfeo lo noquea en el primer round sobre el cuadrilátero, irrumpe con sutil violencia en la habitación una peculiar silueta. Él sale de un remolino de sábanas y súbitamente, la silueta habla entre náuseas, con una pistola presionando las paredes de su garganta.

En el difícil balbuceo, Él decide investigar de dónde vino el intruso y enciende la luz. Era el mayordomo. Sobre la alfombra cayeron papas al horno, huevos y jugo de toronja. No hicieron mucho ruido, porque tuvo suerte de que los platos cayeron en la cama.

Pide disculpas, se siente en evidencia, pero sugiere cambiar la sábana y en eso, entabla conversación. El mayordomo también pide perdón, pero se justifica: forma parte de la seguridad de este hotel, y prefiere recibir los artículos de valor cuando todos están durmiendo, para llevarlos a la caja fuerte, evadiendo a los cuervos. “Nos tomamos el riesgo de interrumpir sueños, con el fin de mantener su seguridad”. El mayordomo le muestra un carné autorizado, dijo que no hablara con nadie del asunto, le pasara el maletín para guardarlo en la bóveda y que se lo entregaría la noche anterior a su partida, por confidencia. Además, le ofreció un par de extranjeras para pasar la noche y lo exhortó a que cambiara el pijama por ropa y se fueran a compartir tragos y cabellos rubios que se suicidarían felices por todo el interior del taxi. Él accedió sin remordimiento.

Para la mirada penetrante del mayordomo, esta era una noche rutinaria y eso lo percibió Él con su olfato minucioso. Esa noche, colonizaron alemanas, cerraron el bar, desordenaron las sábanas de un motel escondido; Él dejaba sus huellas en el cuerpo de la generosa rubia de mirada azul, como su última firma en territorio nacional, mientras sus otras seis vidas descansaban en una hamaca entre hojas y uvas de la mano de hermosas hawaianas.

Bueno, el caso es que recoge su ropa, celebra no haberle contado demasiado a la mujer de la noche, se va de regreso al hotel y llega a la puerta justo cuando estaba a punto de sacarle el nombre de pila al mayordomo, en medio del mar de una copa de vino.

Encuentra toda su ropa lavada, planchada, la habitación perfumada y una elegante cena fría. Habla bien del servicio del hotel, suspira tranquilo por haberle dado el maletín al mayordomo y que no lo encontrara el servicio sobre la cama y se duerme.

Llega el ansiado día y agarra emocionado las maletas. Se despertó tan temprano que tuvo que despertar a los dueños del hotel, para pagarles; ¡cuánta honestidad! Pero Él nunca se sospechó tan sorprendido cuando entabló su última conversación con gente inocente.

Él: estoy muy agradecido. Doblaré la factura.

Señora: mire, déjeme explicarle. Esto no es un hotel, sino una casa de familia. El hotel que usted buscaba está realmente a dos calles de aquí.

Él: entonces, ¿quiénes son ustedes?

Señor: cumplimos treinta años de casados y quisimos celebrarlo de una forma original. Recibiéndolo en nuestra casa y jugando a ser empleados de un hotel. Agradecemos que haya formado parte, nos hemos divertido un mundo.

Él: bueno, la verdad es que ahora me suena bastante divertido a mí también y agradezco todo aún más. Pero díganme algo… si esto no es un hotel, entonces… ¿quién es el mayordomo?

Señora: ¿mayordomo?

Señor: ¿cuál mayordomo?