lunes, julio 11, 2005

Paradoja

De repente, unas manos peculiares buscan en una antigua gaveta color madera que conserva intacta su elegancia, sus intenciones y piezas de rompecabezas incompletos. Cecilia encuentra escrita sobre clorofila blanca una sentencia y se conmueve.

“Yourcenar, naturalmente” suspira, y una leve sonrisa se convierte en un jabón cayéndose al suelo de la bañera.

En medio de un debate entre ingenuidad, ironía o perseverancia, se dirige al espejo: “¡el viaje sin retorno!”, con la seguridad de que el trayecto no ha terminado. Echa de menos al póquer, hablar de las profundas ventanas verdes, se pregunta si el autor de la misteriosa nota piensa lo mismo y se anima a probar porque sabe que de cualquier forma que termine la historia, habrá extendido el cuento, habrá triunfado creyendo en lo perpetuo.

Especula sobre quién puede ser el autor y de esto dependerá su fe en esa peligrosa unión de letras. Pero la lógica sistemática de las estructuras le aconseja dejar el cuento por dado e inaugurar una dimensión paralela que pronto se convertiría, paradójicamente, en su pecera ideal.

El viajero se da cuenta, busca apresuradamente un ordenador, la biografía de Jack Costeau y escribe un aviso que parece telegrama, lo parte en más de cien pedazos y lo filtra entre las estructuras como un rompecabezas. La tinta se convierte en glóbulos rojos, lo arma, para verificar el resultado y queda complacido.

Prepara las formas, lo encierra en un sobre; nervioso se corta la lengua con el filo del papel, pero lo maneja entre sus manos como si éste fuera su último chance.

Cecilia lee, mira por la ventana y echa un pulso contra la perpetuidad del viaje. Los trazos en el papel parecen una fotografía, se acerca, observa, se retira, y sigue pensando. Los días parecen meses. Ambos se inquietan. Ella sabe que a veces se camina para atrás hacia delante, como los cangrejos.

Empieza a dejarse llevar por la corriente del río, pero reacciona y un movimiento brusco tira la nota al fondo de la enorme gaveta, siente unas terribles ganas de huir, se para y la cierra de una patada… es inútil.

El viajero se pregunta si comprendió el rompecabezas. Espera que cuando ella regrese, no sea extranjera en su propia casa. Espera como si existiera el fin irremediable de este paradójico delirio.

Ahora, cuando todo aparenta ser demasiado tarde, el viajero se levanta cada día como si la hubiera visto por última vez hace sólo un minuto, con sus huellas digitales decorando el piso del asiento y el olor de su cuerpo de madera. Total, tendrá todo un día para echarla de menos.

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